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Actualizado: 6 de junio de 2025


¡Qué hombre, amigo Maltrana! exclamaba el senador . ¡Que talentazo! ¡Y qué modo de escribir tan... castizo! Se olvidaba, en su entusiasmo, de quién era el que le escuchaba, y seguía en sus elogios al jefe y a la bondad con que le cubría de alabanzas en varios pasajes del prólogo. El marqués de Jiménez no pensaba publicar otro libro hasta el año siguiente. Era un mal el prodigarse.

Al mismo tiempo se deshace en elogios de todo lo ñoño, pobre y ridículo que se publica o se representa, con lo cual satisface sus instintos y a la vez regocija a los astros literarios que le iluminan en su carrera. Es el peor intencionado de los mosquitos que hemos estudiado, y por eso es el único que tiene buen paradero.

Con la extremada bondad que le es propia, no ha hecho Vd. más que alabarme a D. Luis, y tengo por cierto que a D. Luis le habrá Vd. hecho de mayores elogios aún, si bien harto menos merecidos. ¿Qué había de suceder? ¿Soy yo de bronce? ¿Tengo más de veinte años? Tienes razón que te sobra. Soy un mentecato. He contribuido poderosamente a esta obra de Lucifer.

Don Marcos lanzó una exclamación de asombro y de reproche. Tenía su opinión formada desde mucho antes sobre el tal personaje. ¡Un demente!... No podía olvidar su breve diálogo una tarde en el Casino, después que Atilio los presentó á los dos. Al conocer la nacionalidad de Toledo había hecho grandes elogios de su país. ¡Oh, España! ¡Su lengua interesante!

En cambio no hay gracias que no se les prodiguen, ni homenajes que no se les rindan, ni elogios que no se les tributen. Sus listas civiles no son discutidas. Cuando envejecen, se les honra y cuando mueren se les hacen funerales solemnes. ¿Y qué dan ellos en cambio de todo eso? Una voz irónica respondió: ¡Casi nada: su genio! Todas las miradas se dirigieron al que acababa de hablar.

¡Bah! tengo buenos ojos, y Raúl es un hombre demasiado galante para... En este momento llamaron al ventanillo y el objeto de esos elogios mostró su fino bigote en la estrecha abertura. Con su inconveniencia natural, la comandanta iba a acogerle amablemente como visitante, pero al verse en un espejo los papillotes desrizados y el peinador deslucido, se escondió precipitadamente en el comedor.

El estado neutro de que hablaba el Papa no está muy en honor ni en el mundo eclesiástico ni en la sociedad seglar. Preciso es añadir, por otra parte, que el enorme éxito de lo que se llamaba tan exactamente «cortes de amor» no era para fomentar el estado de virginidad ni para darle muchos elogios.

Hizo entusiastas elogios del Sr. de Torquemada; explanó acaloradamente la necesidad de arreglar sus propios asuntos, con aquello de año nuevo vida nueva, estableciendo en sus gastos un orden tan escrupuloso, que no haría más el primer lord de la Tesorería inglesa.

Después que se hubo desahogado, bajó la cabeza lleno de confusión y vergüenza. D. Bernardo se retiró inmediatamente, y en el comedor hubo unos momentos de silencio embarazoso. Hojeda, para templar el mal efecto de la imprudencia del niño, se apresuró a entablar conversación acerca de la orden de San Juan, haciendo de ella y de sus miembros calurosos elogios.

El pobre amanuense de Castro Pérez, herido y lastimado por la murmuración villaverdina; un pobre estudiante, recién salido de aulas, favorecido por los elogios de don Quintín Porras, y llevado a Santa Clara por las recomendaciones de un maestro de escuela, de un médico a la antigua, sin fortuna ni fama, y de un mendigo franciscano.

Palabra del Dia

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