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Actualizado: 6 de junio de 2025
Es cháchara, y na más. Tengo mujer y cuatro hijos, y la probesita llora por mi causa más que la Virgen de las Angustias. Yo soy moro de paz. Un desgrasio, que es como es porque le persigue la mala sombra. Y como si tuviese empeño en hacerse agradable a doña Sol, rompió en entusiastas elogios a su familia. El marqués de Moraima era uno de los hombres que más respetaba en el mundo.
Un toro colorado se precipitó en la arena y fue saludado por una explosión universal de gritos, de silbidos, de injurios y de elogios.
Desgraciado el que desde sus primeros años no se acostumbra á rechazar la lisonja, á dar á los elogios que se le tributan el debido valor; que no se concentra repetidas veces, para preguntarse si el orgullo le ciega, si la vanidad le hace ridículo, si la excesiva confianza en su propio dictámen le extravía y le pierde.
Cuando tuvo en su poder los regalos, entonó un interminable himno de gracias, desbordándose en elogios, que, en forma de consejos, dirigía a su hijo. Mira, Nelet; bien puedes servir a las siñoras. A ver si te portas bien; tu padre, el tío Sentó, tendrá un disgusto si faltas a la obligasión. Bien puedes trabajar.
Todo lo hallaba sabrosísimo: hablaba por los codos; cubría de atenciones y finezas a su esposa. Estaba como loco; formaba proyectos descabellados; perdonaba a todo el mundo y se deshacía en elogios de su suegra. ¿Sabes lo que te digo, Carlota? Que quiero a tu madre como si fuese la mía, y que me alegraría que viniese un día a comer con nosotros.
Esos soldados que tan bizarramente luchan en las montañas orientales, y que han arrancado aplausos y elogios á los representantes extranjeros y á los mismos jefes y oficiales del ejército americano, son acreedores á los honores del triunfo y el pueblo cubano no desea otra cosa que acordárselos. Los habaneros, especialmente, que les ovacionaron al partir quieren ovacionarlos á su regreso.
»Pero, ¡ay! aquel silencio motivábalo únicamente la admiración, demostrada bien pronto por los elogios de que todos aquellos hombres hicieron objeto al doctor Avrigny, a quien consideraban como honra y paz de la Francia médica.
Ya no osaría decir: «¿Cómo va, mi capitán?» a aquellos señores que, recordando su pasado de probidad y obediencia, le estrechaban la mano como si fuese un igual, preguntándole por la familia. ¿Cómo iba a contestarles que un hijo suyo, el único, estaba en la cárcel por ladrón?... Aquel miserable le hacía abandonar el mundo de los buenos, le arrebataba para siempre el orgullo de una virtud que era su único lujo. ¡A los catorce años en la cárcel, y llevaba su apellido, que tantas veces había alcanzado elogios por servicios a la sociedad!...
Su ausencia, no muy larga, no fue perdida para él, pues la de Raynal no cesó de prodigarle elogios. ¡Qué encantador caballero! Tan sencillo, tan amable, tan respetuoso con las señoras... Enteramente como tu pobre padre, hija mía. Liette no pensaba en interrumpirla, dulcemente mecida por aquellas palabras acompañadas muy bajito por una melodía de Gounod.
Sin habernos encontrado todavía, somos antiguos amigos, capitán dijo la baronesa sentándose donde él le indicaba; mi marido me ha hablado con frecuencia de usted como de uno de sus mejores amigos, y miss Darling ha apoyado aún sus elogios. Naturalmente, no puedo hablar mal de mi salvador. ¿No le ha contado a usted el caso, tía Liette? No valía la pena.
Palabra del Dia
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