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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Durante el invierno complacíase en flagelar su ventana con copos de nieve ó vientos helados, siendo causa de que no pudiese pegar los ojos. En las interminables noches invernales azotaba sin tregua ni descanso la roca do estaba asentada su vivienda; en verano ofrecíale huracanes inconmensurables, relámpagos de un mundo al otro.
Ya en él, al ver que Arturo la contemplaba con ternura, dio al olvido todos sus triunfos; no volvió a pensar en los elogios que la multitud le había prodigado, y entró en su casa diciendo: ¡Qué dichosa soy! El día siguiente, al levantarse, recibió dos cartas. La primera procedía del barón de Blangy, que, mucho más rico que Arturo, ofrecíale su amor y su fortuna.
A cada momento ofrecíale a Ramiro en sus dedos, cargados de sortijas, algunas alcorzas; y ella a su vez reía y reía al morderlas, reía como una mujer semibárbara, con cierta animalidad incomprensible y deliciosa; mientras sus pestañas, larguísimas e inquietas, parecían desprender ilusorio polvillo de lujuria y de nigromancia.
El aperador, viendo triste al gitano, ofrecíale su protección. Su fortuna estaba hecha. Allí estaba don Fernando, que con sus influencias de personaje, le tenía reservado un empleo. Alcaparrón abría los ojos, recelando la burla.
Palabra del Dia
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