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Actualizado: 13 de junio de 2025


Hace una hora que lo he sabido por el señor Leighton, que ha estado aquí. ¡Ah, mi pobre padre querido! suspiró, y las palabras se anudaban en su garganta al correrle las lágrimas. ¿Para qué iría a Manchester? Sus enemigos han triunfado, como yo lo temía desde hace tiempo. Sin embargo, él no pensaba mal de nadie, ni creía en la perversidad de ningún hombre, pues tenía un corazón muy generoso.

Sintió él que se anudaban como tentáculos irresistibles en torno de su cuello los brazos soberanos, y que una boca dominadora se apoderaba de la suya lo mismo que en el Acuario... Y rodó bajo esta caricia de fiera, con el pensamiento perdido, olvidándose del resto del mundo, descendiendo y descendiendo por un mar de sensaciones nuevas, como un náufrago satisfecho de su suerte... Pero esta vez llegó al fondo.

La pobre Tribuna, tan intrépida cuando peroraba, se halló del todo cortada y recelosa, y creyó sentir que le anudaban la garganta con un dogal. Esperó en vano una expansión, una caricia dulce y apasionada, que no vino. Baltasar se callaba cosas muy buenas, y seguía taciturno.

La conversación era animada aunque reducida casi toda a la narración y comentario de las intrigas amorosas que se anudaban y se desanudaban en el círculo de sus conocimientos. Pepita Z * había entrado al fin en relaciones con el marqués de G *. ¡Cuánto tiempo le había estado despreciando! Como que esperaba que el duque de A * se rindiese a sus encantos.

Los demás volvían también la cabeza y murmuraban: « ¡Precioso! ¡preciosoInmediatamente todos anudaban su cuchicheo interesante, empezando por la señora de la casa: « El sombrero malva, el vestido malva, la sombrilla malva, el forro del coche malva...» La pianista animada por los elogios ponía el alma y la vida en la interpretación de Les premieres feuilles du printemps.

De los grupos salían mujeres y niños, que se arrojaban sobre ellos queriendo detenerles. ¡Agüelo! gritaban los nietos. ¡Pare! gemían las mocetonas. Y los animosos vejetes, irguiéndose como los rocines moribundos al oír el clarín de las batallas, repelían los brazos que se anudaban a sus cuellos y piernas, y gritaban contestando a la voz de su jefe: ¡Presente, capitá!

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irrascible

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