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El enemigo, al ver mi actitud, retrocedió lleno de espanto, y he aquí cómo sin efusión de sangre se les obligó a la retirada. Amaranta no podía contener la risa oyendo la disputa entre los dos vejetes. Antes de que ésta concluyera, entró la de Leiva y dijo: Acaba de llegar la Gaceta Ministerial de Sevilla. Creo que hoy trae la noticia de que ha muerto Napoleón. ¡Jesús! ¿Qué dice usted?

De los grupos salían mujeres y niños, que se arrojaban sobre ellos queriendo detenerles. ¡Agüelo! gritaban los nietos. ¡Pare! gemían las mocetonas. Y los animosos vejetes, irguiéndose como los rocines moribundos al oír el clarín de las batallas, repelían los brazos que se anudaban a sus cuellos y piernas, y gritaban contestando a la voz de su jefe: ¡Presente, capitá!

Y vosotros, ¿en qué os ocupáis? preguntó también Abu-el-Casín a otros vejetes de ojillos hundidos, frente estrecha, nariz roma y de gesto en que a un tiempo se retrataba la envidia y la vanidad. Nosotros contestaron nos afanamos por descubrir en nuestro estudio y fijar la noche en que Alah envió el libro santo y divino a su profeta y favorecido Mohamad.

Y dirigiendo casualmente la mirada hacia la aldea, que se hallaba sólo a dos tiros de carabina, vio a algunas mujeres barrer delante de sus puertas y a algunos vejetes que se saludaban, mientras fumaban la primera pipa del día, junto al umbral de su chamizo.