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Actualizado: 16 de junio de 2025


¿No teme usted que se ofenda? Además, está muy ocupada con sus coqueteos para pensar en otra cosa... Mire usted allí a Lautrec, a su lado. Se diría que está a sus pies... No , realmente, lo que tiene para embrujarlos así. Es muy guapa. , no es fea... Hay, sin embargo, otras que valen lo que ella... Usted misma, querida. ¡Oh! señora... Vale usted lo mismo, en un género más delicado.

Lautrec se marchaba al día siguiente y no podía resignarme a dejárselas. ¿Qué decían esas cartas? Frases de novela... esas tonterías sentimentales, sin sinceridad, que divierten a la frivolidad de las mujeres... ¡Qué castigada estoy por aquella pueril vanidad!... ¿Las tiene Lautrec? No... Me las ha devuelto. ¿No dice usted que no estaba en su casa?

La Marquesa de Oreve está todavía en Vaucresson por unos días; Máximo se ha marchado ayer a Bélgica para dar unas conferencias, y el señor Lautrec se va muy pronto a no qué lejanas regiones, en las que parece que se estará dos o tres años. Lo echaremos de menos, porque es amable y alegre. La de Grevillois y su hija han vuelto a su cuartito de la calle de Verneuil.

Me ocurre una gran aventura, en la que me he comprometido un poco a la ligera y sin saber cómo saldré. He aquí la historia, señor cura. Ayer noche comimos en casa de la Marquesa de Oreve con las señoras de Grevillois, la de Jansien y unos cuantos hombres, entre los cuales estaba Gerardo Lautrec. Tratábase, justamente, de una comida de despedida antes de su gran expedición a través del mundo.

Es un error... Lautrec no estaba en casa... No hice más que dejarle un recado... Un recado... ¿de quién? Luciana vaciló. Tenía que pedirle una cosa... ¿Y estaba usted obligada a ir sola a pedírsela? Hice mal... muy mal... Pero juro a usted por mi salvación eterna que Lautrec no estaba en casa y que no lo vi. Sin embargo, usted entró... ¿para esperarlo?

Pero, es raro, la idea de ver a Lautrec convertido en el hijo de la casa, en la de Lacante, me oprime el corazón... No puedo, sin embargo, casarme al mismo tiempo con Luciana y con Elena, la morena y la rubia... Estoy loco y me voy a la cama. Buenas noches, querido hermano... Elena al Padre Jalavieux. Octubre.

Se hablaba de Oriente, de las razas asiáticas, de costumbres, de trajes y de otras cosas relacionadas con el viaje de don Gerardo, cuando, de pronto, la de Jansien da un ruidoso suspiro y exclama: ¿Dónde estará usted mañana a esta hora?... Muy lejos ya. Lautrec se echó a reír y respondió: No tan lejos como usted cree.

Por fortuna, Máximo y el doctor no habían venido y me acordé, como una idea luminosa, de un viaje a las Indias, ilustrado con bonitos grabados, que había hojeado hacía unos días. Me acerqué al señor Lautrec, le hablé con entusiasmo de los maravillosos palacios y de las ruinas gigantescas, que me habían chocado, y le inspiré el deseo de ver el libro.

Su sorpresa de usted me prueba dijo Luciana, que Elena ha guardado el secreto... Quiero hacerle justicia a su vez... Las cartas que usted vio que Lautrec le entregaba, eran las mías. ¿Las tiene usted? Las he quemado... así como las respuestas. ¡Ah!

Elena estaba distraída y me pareció que acogía, con frialdad las frases cariñosas de Luciana, que estuvo, contra su costumbre, pródiga de ellas. ¿Sería la ausencia de Lautrec lo que la tenía tan preocupada? Así lo pensé y sentí renacer todas mis prevenciones. Lacante, que estaba algo delicado y andaba con dificultad, se retiró temprano con su hija.

Palabra del Dia

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