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Escuchad lo que iba diciendo entre dientes el atildado notario de la calle de Verneuil: ¡Maldita aventura! ¡Que me lleve el diablo si sospechaba siquiera que le hubiese dado derechos a este animal de turco!... porque, ¡vaya si lo es!... Pero, ¿por qué no me habré puesto las gafas?... Parece que le he pegado un puñetazo en la nariz... , sin duda: su tarjeta está manchada de sangre, y mi mano lo está también.

En vano sometiose a un régimen más alimenticio el indignado millonario de la calle de Verneuil. Considerando que una buena alimentación, digerida por un estómago sólido, aprovecha por igual a todas las partes del cuerpo, se impuso la dulce ley de embaularse sendas tazas de caldo, sendos tajos de carne ensangrentada, regados con los más generosos vinos.

Salí, pues, con la señora Schwartz, una señora que viene todas las mañanas para acompañarme a la iglesia y a mis clases y que, al mismo tiempo, me enseña el alemán. Serían apenas las ocho cuando llegué a la calle de Verneuil. Me abrió la puerta la señora de Grevillois y pareció muy sorprendida al verme. ¿Luciana? me dijo titubeando.

Los testigos del bueno de Ayvaz anduvieron yendo y viniendo, entre la calle de Granelle y la de Verneuil, sin lograr que el asunto avanzase lo debido, hasta las siete de la mañana.

Tres días de sopas y su robusta constitución arrancáronle de aquel amargo trance, y fue posible transportarle en carruaje al hotel de la calle de Verneuil. El mismo M. L'Ambert lo instaló con solicitud maternal. Alojolo en la habitación de su propio ayuda de cámara, para tenerle más cerca.

Animado de estos sentimientos llegó el notario a su casa de la calle de Verneuil, mientras buscaba su lacayo la dirección de los cirujanos más célebres. El marqués y Steimbourg le condujeron a su cuarto, y se despidieron de él, el uno para ir a tranquilizar a su mujer y a sus hijas, que no le habían vuelto a ver desde la víspera, y el otro para correr a la Bolsa.

Hacía más de dos siglos que esta ilustre familia se transmitía, de varón en varón, el estudio de la calle de Verneuil con la más elevada clientela del faubourg Saint-Germain. El cargo no había sido cotizado, toda vez que jamás había salido de la familia; pero, a juzgar por los beneficios de los cinco últimos años, no era posible evaluarlo en menos de trescientos mil escudos.

Y el acicalado millonario de la calle de Verneuil, arrojó dos billetes de a mil francos al rostro de su esclavo, diciéndole: ¡Toma, infame! El dinero es lo de menos; pero me has hecho gastar lo menos cien mil escudos de paciencia. Vete ahora mismo de aquí; sal de mi casa para siempre, y haz de modo que nunca jamás, en mi vida, vuelva a oír pronunciar tu nombre.

Seguido de un Compendio de embriologia, por A. VERNEUIL, catedrático agregado á la facultad de Medicina de Paris, etc.; acompañado de unas 200 figuras intercaladas en el testo; traducido al español de la última edicion francesa por el Dr. D. Francisco Santana, primer ayudante-disector de la facultad de Medicina de la Universidad central, etc. Madrid, 1862.

M. Bernier abrió la ventana en el momento en que la víctima elegida gritaba a plenos pulmones: ¡Agua muy fresca! ¡Muchacho! gritole el doctor, dejad vuestro tonel y subid por la calle de Verneuil, si queréis ganar un buen puñado de luises. CHEBACHTIÁN ROMAGN