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Actualizado: 6 de junio de 2025


Salí, pues, con la señora Schwartz, una señora que viene todas las mañanas para acompañarme a la iglesia y a mis clases y que, al mismo tiempo, me enseña el alemán. Serían apenas las ocho cuando llegué a la calle de Verneuil. Me abrió la puerta la señora de Grevillois y pareció muy sorprendida al verme. ¿Luciana? me dijo titubeando.

Tengo que enseñarle unas pinturas que no conoce. La de Grevillois hizo entrar a la señora Schwartz en el comedor y yo seguí a Luciana a su cuarto, un cuartito muy modesto con ventana a un patio estrecho que parece un pozo. Por fortuna, como viven en el último piso, reciben la luz por encima de los tejados próximos.

Me asió apasionadamente ambas manos, pues la de Grevillois acababa de abrir la puerta para recordar a su hija que era hora de salir. Probaré dije muy bajo a Luciana cuando vino a abrazarme. La de Grevillois y la señora Schwartz estaban de pie esperando que acabase nuestra despedida.

Así es que he tenido que preparar algo: ayer matamos un buey el pobre Schwartz, usted sabe que pesaba más de novecientos kilos; traigo aquí el cuarto trasero para la comida de esta mañana. Catalina exclamó Juan Claudio conmovido , por bien que la conozca, siempre encuentro algo nuevo y admirable en usted. Nada le pesa; ni el dinero, ni el trabajo, ni los sacrificios.

Palabra del Dia

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