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Esto decía cuando una vieja que acababa de llenar la escudilla, llegose a nosotros y después de pedirme una limosna, que le di, puso la descarnada mano sobre el hombro del par de Inglaterra y cariñosamente le dijo: Niñito querido, ¡qué buenas nuevas te traigo esta tarde!

Creí que venía a pedirme más prórrogas. Como siempre nos está engañando, que hoy, que mañana... Yo no le creo ni la Biblia. Es muy fabulista. Pero en fin, pedradas de estas nos den todos los días. «Señor de Torquemada me dice muy serio , vengo a pagarle a usted...». Me quedé lo que llaman atónito. Como que no esperaba la peripecia.

Mientras caminábamos hacia él, el señor Paco me dijo con acento triste y resignado: Aquellos señores se han quedado riendo de mi... Bueno; algún día se arrepentirán de esa risa y se llamarán borricos a mismos... ¡Si yo pudiese hablar!... Pero no está lejano el día en que vendrán los más altos personajes a pedirme de rodillas que les revele mi secreto...

Yo digo que no conviene Pedirme lo que pedís, Porque muy poco advertís El peligro que contiene. Qué peligro puede haver, Queriéndolo tu señora? La ofensa, que siendo mora A Mahoma viene á hacer. Dexame ya con Mahoma, Que agora no es mi señor, Porque soy sierva de amor, Que el alma sujeta y doma. Echa ya el pecho por tierra, Y levantate á mi cielo. Señora, tengo un recelo Que me consume y atierra.

¿Qué ha de ser, señor Fígaro, sino que yo he puesto un artículo en un periódico, y no bien le había leído impreso, cuando, zás, ya me han contestado? ¡Oh! Son muy bien criados los periodistas le dije no saben lo que es dejar a un hombre sin contestación. , señor; pero de buenas a primeras, y sin pedirme mi parecer, dan en la flor de decirme que es mi artículo un puro disparate.

¿Pero no sabían allí cómo vives y de qué vives? ¿No pensaste que podían avergonzarte y...? Claro que lo sabían todo: ¡si rara vez viene alguno del pueblo que no se presente en mi casa a pedirme algo! Donde me ves, he hecho a mi lugar más favores que un diputado; casi me dan ganas de llamarle mi distrito. En cuanto a que me recibiesen mal, no había miedo.

Del otro lado es roja y encendida, como Apolo, ígneo padre de la vida. ¡Oh terrible combate! Gozo o peno; ya miro al lado ardiente, ya al sereno; y mirando a tu rostro, noche y día, pasan las horas de la vida mía. Señor Apolonio, déjese de coplas. Cuando me habla así es que quiere pedirme algo; lo por experiencia. Dígame lo que le ocurre como Dios manda.

Al fin, yo llamaba ya «señora» a la abadesa, «padre» al vicario y «hermano» al sacristán, cosas todas que con el tiempo y el curso alcanza un desesperado. Empezáronme a enfadar las torneras con despedirme y las monjas con pedirme. Consideré cuán caro me costaba el infierno, que a otros se da tan barato y en esta vida, por tan descansados caminos.

Alguna ha habido que después de mirarme por encima del hombro, y de hacer mil enredos para no pagarme, ha venido aquí a pedirme dinero... ¿Y para qué sería?... tal vez para dárselo a su querido». Al soltar esta retahíla con un énfasis y un calor que declaraban hallarse muy poseída de su asunto, echaba sobre la infeliz postulante miradas ardientes.

Hijo, es preciso hacer algo por la vida: considera que es uno un pobre, con mujer, nueve hijos, dos suegras y tres cuñadas; dos suegras, señor, la madre y la abuela de mi mujer, y si uno no se da maña para mantener a este familión... La verdad es que a todos les di cordelejo: a D. Mauro, al papanatas de Juan de Dios, y a ti mismo, que ahora resucitas para pedirme a Inés. ¿Pero la amabas ?