United States or Nicaragua ? Vote for the TOP Country of the Week !


Cuando regresamos del viaje, no volvió a pedirme el libro, y el otro día, que le habló yo misma de éste, me contestó que no quería leer mi diario. La razón que me dio no me pareció buena: decía que lo que yo había confiado al papel no debía estar muy claro. La verdad es que seguía teniendo miedo de descubrir que no me había parecido bastante joven, que me había agradado poco.

Así se explica que en lo más reñido del combate se les oyera gritar: ¡Arriba el Escuadrón M! ¡Viva la Tercera Batería! Muchos oficiales se me han acercado para pedirme que recuerde por estas líneas á las Cámaras que el Ejército de Cuba es el único en el mundo que no tiene Montepío, y que cuando un oficial muere, deja en la miseria á su esposa é hijos.

Y las contraía, lo por experiencia. Si le hubiera dejado hacer, hubiera dado al traste con mi caja, pero, aunque le quería tiernamente, tuve que calmar su afición desmedida á pedirme prestado, porque vi que muy pronto me pondría en apuro, sin salir de ellos él mismo. Por otra parte, la señora de Freneuse me suplicó que no fomentase con mi dinero los desórdenes de Jacobo.

A no estar tan ciego el pobre don Juan hubiera notado que no era propio de situación tan grave hablar del ridículo don Quintín; mas sin pensar en ello, repuso: ¿ pedirme favores? Pon un bando, y hago que te obedezca... hasta el mismo Nuncio. No exageres. Lo que quiero es que no contribuyas a volver loco a ese pobre hombre.

Por parte de usted, aquello fué pedirme que olvidase sus agravios, y por la mía consentir. Acaso no era eso todo lo que usted deseaba, pero yo no podía conceder más. Después ha adquirido usted grandes derechos á nuestra gratitud y mi hermano asegura que yo sola puedo recompensar como conviene la afectuosa adhesión que usted le ha demostrado.

Sin duda tienes algo muy grande que pedirme; sin duda me necesitas para mucho, cuando así me hablas; ¿qué quieres? Creo que nos entendemos. Ahora voy á decirte lo que quiero. Si puedo, si está en mi mano... Oye; conoces á una mujer á quien yo conozco también. Yo quiero que esa mujer sea feliz. ¡La reina! ¿Qué me importa la reina? ya la he salvado hoy. ¿Conque era verdad?

Le querían decir, en su opinión, «¿quién eres para pedirme cuentas, para fiscalizar mi administración? ¿Por qué estás metido en la familia, plebeyo miserable?». , plebeyo, pensaba el infeliz; porque si bien sabía, con gran oscuridad en los pormenores, que sus ascendientes habían sido de buena familia, casi lo tenía olvidado, y comprendía que los demás, los Valcárcel especialmente, no querrían recordar, ni casi casi creer, semejante cosa.

Cuando hubieron subido, el cocinero hizo cargar de nuevo á los lacayos con el cofre y salió. Al llegar á la puerta, el hostelero le dijo con la gorra en la mano: ¿Y el gasto, señor? ¡Cómo! ¿No han pagado? dijo el cocinero deteniéndose con sobresalto. Esos caballeros se han marchado sin pedirme la cuenta, y como arriba quedábais vos... ¿Y cuánto es la cuenta? dijo todo turbado el señor Francisco.

Yo también, cuando era atlot, pensaba muchas veces que vendría a pedirme en matrimonio la más rica de Ibiza, una muchacha que no sabía quién pudiera ser, pero hermosa como la Virgen y con campos tan grandes como la mitad de la isla... Son cosas de los pocos años.

A el alazán o el flor de romero. Decídase; seremos felices. Un día, cuando tengamos confianza, me contará usted su drama, el drama espantoso que adivino, pero que no solicito conocer todavía, por no violar el vedado de su conciencia. Decídase, preciosa Lucidia. Lo pensaré, señor Apolonio. Pero, aparte de la escapatoria, que va para largo, usted tiene algo más inmediato que pedirme.