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Vamos a ver dijo, tentándole el pulpejo de la oreja izquierda a Bonifacio ; ahora que ya tiene usted esos cuartos, sin más garantía que un simple recibo... ahora que no puede usted sospechar que hable por negarle este insignificante favorcillo, ¿me permite usted que, sin ánimo de ofenderle, me atreva a hacerme cruces, un millón de cruces, viendo al jefe de la casa Valcárcel venir a pedirme prestados seis mil reales?...

"De eso pierda, señor, cuidado -le dije yo-, que maldito aquél que ninguno tiene de pedirme esa cuenta ni yo de dalla."

»Luis me pregunta si lo amo: yo no cómo probárselo. »Me parece que ambos dudan, el uno de mi felicidad, el otro de mi amor. Ellos no insisten en pedirme seguridades, pero en sus miradas, leo una secreta ansiedad, como si creyeran que les oculto algo. ¡Todo eso porque mi marido tiene cuarenta y cuatro años! ¡Si tuviera treinta y cuatro, no dudarían!... »¡Qué placer! ¡qué placer!

Hace no mucho tiempo bajaron de su pueblo a pedirme «algo», a tales horas y en tales términos, que tuve que darles el «Dios vos ampare» con la escopeta echada a la cara. Primera y única vez que los he visto.

Esta tarde tenemos un primer ensayo y es necesario que la dama sepa su papel. Estudio, ya lo veis; no podéis pedirme más. El bufón miró dolorosamente á la joven. En aquel momento entró Casilda. Señora dijo , aquel caballero joven que estuvo aquí ayer acaba de bajar de una carroza y pide veros. ¡Ah! Ya sabía yo que vendría dijo el bufón ; adiós, Dorotea, adiós, y mira lo que haces.

Podía haberse desprendido de él, continuando su camino; pero se mostraba indignado por semejante broma y prefería hablar inmediatamente á la revoltosa muchacha. Venga usted aquí dijo ella sonriendo, mientras recogía dulcemente casi toda la cuerda . ¿Cómo se atreve á ir con esa... mujer, sin pedirme antes permiso?

Pues antes de que vuelva otra vez, idos... idos... y perdonado y vuelto á perdonar, con tal de que no se os ocurra en vuestra vida el volver á pedirme audiencia. Beso las reales manos de vuestra majestad contestó Quevedo, y salió. ¿Qué habrá querido decirme don Francisco? dijo el rey cuando se quedó solo ; indudablemente me ha dicho algo, y algo grave; pero es el caso que yo no lo he entendido.

Ya hablaremos de esto más adelante. Siéntese en ese sillón, porque tenemos que decirnos muchas cosas. DORA. ¿Usted qué sabe? JULIA. Hace poco tenía yo un presentimiento. Y pensaba: «Hay una señora Stowe, de Chicago, que vendrá a verme una de estas tardes para pedirme algunas lecciones.

Amaury se sonrió, pensando en Antoñita. ¿Y de seguro quieres pedirme que te sirva de intérprete cerca de tu ídolo? ¡Desdichado! Me haces temblar... Pero prosigue. ¿Cómo te has enamorado? ¿y de quién?... Ya no se trata de una modistilla cuyo amor se busca por capricho, sino de una señorita de noble alcurnia a la que sólo puedo unirme en matrimonio.

Y por la mañana, cuando antes del almuerzo, estando yo sobre cubierta, le veía venir hacia , se me ocurría, ya que era el joven Teseo que acudía a pedirme el hilo, ya que era el joven Anacarsis que requería la antorcha para penetrar en las profundidades y descubrir los misterios. La verdad sea dicha: mi alma anhelaba entonces prestarle la antorcha y darle el hilo.