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Pronto volvió al suyo dicho señor, escribió un libro sobre España, le imprimió en Chicago, exornándole con bor nitas estampas, y tuvo la bondad de enviarme un ejemplar, que recibí hace pocos días. Confieso que el título del libro me desagradó bastante. Ya en el título hay una ofensa.

Ya hablaremos de esto más adelante. Siéntese en ese sillón, porque tenemos que decirnos muchas cosas. DORA. ¿Usted qué sabe? JULIA. Hace poco tenía yo un presentimiento. Y pensaba: «Hay una señora Stowe, de Chicago, que vendrá a verme una de estas tardes para pedirme algunas lecciones.

Luego de salir de la Universidad, la joven había desaparecido, con gran espanto de Foster, que creyó en un secuestro ó un asesinato. Transcurrieron dos meses, y antes de que la policía hubiese averiguado su paradero, se presentó Mina tranquilamente en el despacho de su tutor. Quería conocer la vida de cerca, tal como es, y para esto había huído á Chicago, viviendo como una obrera.

La Hawkins cogió anoche frío y no puede cantar; pero como debe estar pasado mañana en Chicago, se va ahora mismo en el rápido. Adiós cita. Aquí tiene usted una carta que le han traído y en la que Jenny se excusa, sin duda.

Ha conseguido establecer el imperio de la materia desde su estado misterioso con Edison, hasta la apoteosis del puerco, en esa abrumadora ciudad de Chicago. Calibán se satura de wishky, como en el drama de Shakespeare de vino; se desarrolla y crece; y sin ser esclavo de ningún Próspero, ni martirizado por ningún genio del aire, engorda y se multiplica. Su nombre es Legión.

Pero entendámonos, niña mía añadió la vizcondesa ; si consigo expedirlo para Chicago, ¿puedo estar segura de que encontrará buena acogida por su parte de usted, no es eso?

Era sobrina de un riquísimo americano, Ricardo Darling, que había empezado por correr con los pies descalzos por las calles nacientes de Chicago vendiendo a los albañiles unos pasteles cuyo aroma era su principal alimento; y diga lo que quiera don César de Bazán, «El olor del festín...» es poca comida para un estómago de diez años.

La vida intelectual me parece que en Francia, más que en nación alguna, está reconcentrada en su capital, París. En Alemania hay muchos centros, como Berlín, Leipzig y Stuttgard, que persisten, a pesar de la unidad política creada por el Imperio. En los Estados Unidos, con no menor actividad, se escriben y se publican libros en Nueva York, en Boston, en Filadelfia o en Chicago.

Rosalindo encontró al fin la tumba. Era un montón de piedras adosado á otras piedras que parecían la base de un muro desaparecido. Dos maderos negros y resquebrajados por el viento formaban una cruz, y al pie de ella había una vasija de hojalata, un antiguo bote de carne en conserva venido de Chicago á la América austral para acabar sirviendo de cepillo de limosnas sobre la sepultura de una mujer.

Abrí el sobre y en un cuadrado de bristol en una de cuyas esquinas se veía la cifra J.H., rodeada por el lema Never more, leí estas líneas: "Siento infinito privarme de su visita que me hubiera causado gran placer, pero los artistas no son siempre dueños de su voluntad. Parto para Chicago y Nueva York, donde permaneceré algunas semanas.