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Temblando por aquella existencia que pendía de un hilo y por su amor, acaso más frágil todavía, la joven devoraba sus lágrimas y ocultaba sus angustias a fin de no entristecer aquella agonía... ¿No estaba ella amenazada por un doble duelo? A pesar de las cartas de Raúl, su corazón estaba martirizado por penetrantes aprensiones ¡Blanca amaba!

Sin saberlo, padre, usted me ha estado envenenando lentamente; pero, lejos de aborrecerle, le quiero, le adoro con toda alma... He procurado arrancar de mi alma este amor que me consume, he golpeado mi pecho, he martirizado mis carnes... Usted bien lo sabe, padre... Después me he convencido de que era inútil, y lo he dejado florecer en mi corazón. Cúmplase la voluntad de Dios.

En medio de este alboroto, oíanse las notas sueltas de un piano, martirizado en manos del afinador. Al día siguiente, hubo estruendo de baúles descargados, oficiosa actividad de lacayos, rodar tumultuoso de carruajes en la calle y en el portal inmenso, desnudo, vacío.

Pues, aun cuando tiene la tez lisa y el rostro martirizado con mil suertes de menjurjes y mudas, apenas halla quien bien la quiera, ¿qué hará cuando descubra hecho un bosque su rostro? ¡Oh dueñas y compañeras mías, en desdichado punto nacimos, en hora menguada nuestros padres nos engendraron!» Y, diciendo esto, dio muestras de desmayarse.

Se ensanchaba su pecho, desvaneciéndose la opresión que le había martirizado hasta poco antes, como si la tierra entera gravitase sobre su tronco. Sentía que en el interior de su cráneo se iban disolviendo las nebulosidades de su pensamiento. Deliraba aún, pero su delirio no se desarrollaba cortado por escenas de terror y gritos de angustia.

En el centro del lienzo esta Jesús desnudo, maniatado con una cuerda a una columna que se ve a la izquierda, estirados los brazos, dobladas las piernas, puesto el tronco casi de frente, y movida la cabeza con dolorosa expresión de sufrimiento, hacia la parte de la derecha, donde un ángel, de rostro más humano que divino, hace ademán de mostrar el martirizado cuerpo a un niño de seis o siete años, que cruzando las manos se ha postrado de hinojos para adorarlo con señales de la mayor ternura.

Pues no te guardo rencor: me has martirizado como los chicos martirizan á los pájaros, sin saber lo que hacen... Cuando llegó á mis oídos que no te trataba bien, que te hacía desprecios delante de la gente, me puse enfermo de rabia, como si fueses cosa propia, como si jamás me hubieses hecho nada malo.

Pasó en seguida por delante de la puerta de Córdoba, sobre la cual todavía se ve, convertido en capilla, el estrecho encierro en que estuvo preso y fue martirizado San Hermenegildo por orden de su padre, Leovigildo, rey de los godos, por los años del 586.

Un año después estaba la joven empleada delante del aparato Morse, que tan rudamente le había martirizado el corazón, y transcribía sin palidecer un telegrama de Roma, donde era entonces Raúl secretario de la embajada, dirigido al señor Neris, retenido en Candore por un ataque de gota. «Mi querido tío: eres abuelo de una hermosa niña

Qué sentimiento y lágrimas de consuelo causó en el santo varón el ver martirizado á su compañero, y por otra parte qué dolor tendría de haberle perdido, esto más fácil es discurrirlo que explicarlo; abrazóle, bañóle en lágrimas de santa envidia, y le hubiera de buena gana llevado consigo, á haber sido capaz de ello la embarcación.