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El dictador, además, si ha de valer para fundar algo, ha de ser el instrumento, el apoderado de una gran parte de la nación, cuyos mandatos ha de cumplir con la fuerza que la misma nación pone en sus manos para que los cumpla.

No respirábamos en su presencia, y nos infundían tanto, tanto pavor sus mandatos y reprimendas, que nos era imposible vivir. ¡Ay, para poder vivir nos fue preciso engañarla, y la engañamos!... Dios, o no quien, nos inspiraba un día y otro mil ingeniosidades, y se desarrolló en las dos un talento superior para el engaño.

De todos modos se oponen, y hasta le amenazan con las iras del cielo si no son obedecidos en sus píos y honrados mandatos, y usted, que es buen hijo y, aunque otra cosa piensa ahora, algo temeroso de la opinión pública, se encoge y tiembla y padece, porque no tiene resolución para atropellar los obstáculos devolviendo tesón por tesón y amenaza por amenaza... ¿No es esto? Cabalmente.

De todo lo espuesto sobre esta renta, las reformas y bases que para su fomento, el de la agricultura y comercio deberia adoptar el Gobierno, parece son como mas adecuadas: 1.a Que se estienda el estanco del tabaco en Filipinas á todas las provincias exentas de él, sin escepcion alguna, valiéndose aquel gobierno de los medios suaves y de lenidad con que se hizo la conquista y adquisicion de aquellos paises, y nunca, ó en muy raro caso, de la autoridad ó de la fuerza; mas llegado este caso, debe con toda enerjía hacer respetar sus disposiciones y mandatos.

Clarita ha ido más allá. ¡Qué inocencia la suya, tan rara por su enlace con la discreción y el despejo! ¡Qué fe religiosa tan sana y atinada! ¡Qué amor á su madre y qué sumisión á sus mandatos! Clara es una santita en este mundo, y al verla hay que alabar á Dios, que la ha criado á fin de dejarnos rastrear y columbrar por ella lo que serán en el cielo los angelitos y las bienaventuradas vírgenes.

Con esto la di dos palmaditas en la espalda; logré que las angustias desesperadas de antes se trocaran en copioso y sosegado llanto; incorporóse al fin con cierto brío; intentó, y no se lo consentí, besarme las manos; y después de prometerme que emplearía todos los alientos que la quedaban de los suyos y los que yo la había prestado, en obedecer mis mandatos, se dirigió a la puerta.

Romagné jamás se quejaba de nada, por muy extraña que la nueva situación le pareciese. Obedecía como un esclavo, o, por mejor decir, como un buen cristiano, todos los mandatos del hombre que le comprara su piel. Se levantaba, se sentaba, se acostaba, se volvía hacia la derecha o la izquierda, según el capricho de su señor.

La sonrisa despreciativa del presbítero le enrojecía la cara como una bofetada. Dígale usted ahora, padre profirió Godofredo, que yo, en este asunto, no he hecho más que acatar los consejos de mi confesor. Los consejos no; los mandatos chilló Laguardia. Yo, como su director espiritual, le he ordenado renunciar a ese matrimonio. que se ha hecho violencia para ello. ¡Tanto más meritorio!

Para mayor evidencia de cuanto se ha dicho, y se dice, conviene saber que hay cuatro suertes de jesuitas. La primera es de algunos seglares de uno y otro sexo que ellos llaman obediencia ciega, regulándose en todas sus acciones por el consejo de los padres de la Compañía, prontisimos á observar sus órdenes y mandatos.

Este soberano empezó a temer que aquellos nuevos hombres se instruyesen demasiado, se ensoberbeciesen y se rebelasen. Procuró, pues, conservarlos en la ignorancia, pero ellos desobedecieron sus mandatos y aprendieron muchas cosas buenas y malas. Iao entonces envió un ejército contra ellos, que los expulsó del paraíso en que vivían.