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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Y en voz alta: Y alguna garantía me han de dar ustedes también... digo, me parece que.... ¡Toma! los estudios. Escoja los que quiera.» Echando en redondo una mirada pericial, Torquemada explanó su pensamiento en esta forma: «Bueno, amigos míos: voy á decirles una cosa que les va á dejar turulatos.
Y Torquemada, pensando en el porvenir, en lo que su hijo había de ser, si viviera, no se conceptuaba digno de haberle engendrado, y sentía ante él la ingénita cortedad de lo que es materia frente á lo que es espíritu. En lo que digo de las inauditas dotes intelectuales de aquella criatura, no se crea que hay la más mínima exageración.
Lo mucho que los judíos ayudaron á los Reyes Católicos para la empresa de Granada. Decreto para la espulsion de los judíos no convertidos. Dádivas que ofrecen estos al rei don Fernando para quedarse en España. Este vencido de ellas quiere revocar el decreto. Estórbalo la audacia de Torquemada. Salen los judíos de España i van á los reinos estraños. Algunas noticias de su varia suerte en ellos.
Aún subsistía lo pintado por la mañana: garabatos que Torquemada no entendió, pero que casi le hicieron llorar como una música triste: el signo de raíz, letras por arriba y por abajo, y en otra parte una red de líneas, formando como estrella de muchos picos con numeritos en las puntas.
En fin, me las guillo, que me aguardan en otra parte donde hago muchísima falta, donde me están esperando como agua de Mayo. Aquí estoy de más. Abur....» Despidióle D. Juan en la puerta, y Torquemada bajó la escalera refunfuñando: «No se puede tratar con gente mal agradecida. Voy á entenderme con aquellos pobrecitos.... ¡Qué será de ellos sin mí!»
No me refiero al materialismo del rédito dinero, sino á mis intereses, claro, á mis intereses. Y doy por hecho que ustedes piensan pagarme algún día. Pues claro replicaron á una Martín á Isidora.» Y Torquemada para su coleto: «El día del Juicio por la tarde me pagaréis: ya sé que éste es dinero perdido.»
El enfermo se incorporó en su lecho, y con cierta exaltación dijo al prestamista: «Amigo, ¿cree usted que mi tía, la que está en Puerto Rico, ha de dejarme en esta situación cuando se entere? Ya estoy viendo la letra de cuatrocientos ó quinientos pesos que me ha de mandar. Le escribí por el correo pasado. Como no te mande tu tía quinientos puñales pensó Torquemada.
Mire usted, doña Lupe dijo Torquemada, haciendo una perfecta o con los dedos pulgar e índice y enseñándosela a su interlocutora. ii Doña Lupe contempló la o con veneración y escuchó: «Mire usted, señora, estos señoritos disolutos son buenos parroquianos, porque no reparan en el materialismo del premio y del plazo; pero al fin la dan, y la dan gorda. Hay que tener mucho ojo con ellos.
Vigilaba sus comidas, asustándose mucho si no mostraba apetito; al verle estudiando, recorría las ventanas para que no entrase aire, se enteraba de la temperatura exterior antes de dejarle salir, para determinar si debía ponerse bufanda, ó el carric gordo, ó las botas de agua; cuando dormía, andaba de puntillas; le llevaba á paseo los domingos, ó al teatro; y si el angelito hubiese mostrado afición á juguetes extraños y costosos, Torquemada, vencida su sordidez, se los hubiera comprado.
El sentimiento católico de Torquemada no había sido nunca muy vivo. Cierto que en tiempos de Doña Silvia iban los dos á misa, por rutina; pero nada más. Pues después de viudo, las pocas ideas del Catecismo que el Peor conservaba en su mente, como papeles ó apuntes inútiles, las barajó con todo aquel fárrago de la Humanidad-Dios, haciendo un lío de mil demonios.
Palabra del Dia
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