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De regreso descansa un ratito, y a las escuelas, a enseñar a los muchachos, a dar lección de catecismo a las inditas. Y en la tarde: rosario, sermón. En Mayo... mes de María, y ¡qué altar! ¡qué flores! ¡Para flores... la Sierra! Ahora, si vieras ¡qué bueno y qué bondadoso es con todos!... Nunca se impacienta, nunca está malhumorado. Para una cosa si es terrible, para el arreglo de la casa.

Obligábala a estudiar de memoria largos trozos del catecismo a sabiendas de que era superior a sus fuerzas. En cuanto tropezaba tres veces le decía: Ve a pedir un beso a Concha.

O bien: «Me han dicho que no has sabido la lección de catecismo. Te vas haciendo muy holgazana. Cuidado que seas buena, porque si no, te encierro en la cueva de los ratonesAntes se ocupaba ella en tomarle las lecciones, en ponerle la aguja en la mano y guiar sus diminutos dedos. Ahora abandonaba casi siempre esta tarea a las doncellas.

Don Fermín, a las once, recordó que era día de conferencia en la Santa Obra del Catecismo de las Niñas.

Es preciso que se te administre una infusión de principios morales, para lo cual, como tu estado es primitivo, basta por ahora el catecismo. ¡Oh! ¡Si tuvieras buena voluntad...! La tendré. Ahora viene lo gordo, hija.

Y, sin embargo, en todo esto no hay nada de maniqueísmo, sino ortodoxia pura. En lo que no hallo tanta ortodoxia, bien que tampoco intención herética, es en las preocupaciones y supersticiones que abriga respecto á la existencia y poder de otros seres no mencionados en el Catecismo.

Su antiguo condiscípulo Francisco Sánchez, el Brocense, lanzaba una sucia palabrota contra Santo Tomás, cuando se invocaba su autoridad sublime en las disputas. El Cardenal Arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza, luteranizaba en su Catecismo Cristiano. Había llegado, pues, ese instante supremo en que una batalla se pierde por una pausa de la voluntad.

Reverendísimo padre, me vuelvo a Europa. ¿Alguno de vuestros compañeros va acaso en misión hacia Shang-Hai? El venerable superior se caló los lentes, y hojeando un ámplio registro en letra china, murmuró así: Quinto día de la décima luna. , el padre Anacleto va a Tien-Tsin, a hacer una novena. Duodécima luna, el padre Sánchez para Tien-Tsin también, a explicar el catecismo a los huérfanos.

Su catecismo era harto elemental y se reducía a dos o tres nociones incompletas, el Cielo y el Infierno, padecer aquí para gozar allá, o lo contrario. Su moral era puramente personal, intuitiva y no tenía nada que ver con lo poco que recordaba de la doctrina cristiana.

Primero, su padrino, el señor Hardoin, con sus anteojos de oro, sus patillas canosas y su grueso bastón de puño de marfil. Después el cura, panzudo y asmático, que le daba golpecitos en los carrillos al salir del catecismo y le felicitaba por sus progresos.