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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Estando estas palabras él diciendo, El bárbaro cruel mas se embravece, Y Chavarria en Cristo contemplando, El Miserere mei está cantando.

Me van a tomá er pelo si me conosen decía . Hay que viví con too er mundo. El Jueves Santo por la noche fue a la catedral con su mujer, para oír el Miserere. El templo, con sus arcos ojivales disparatadamente altos, estaba sin otra luz que la de unos cirios rojizos colocados en las pilastras: la necesaria nada más para que la muchedumbre no marchase a tientas.

Agitada, desatentada, fuera de mi unas veces, y muriéndome otras de pesar, tenia preocupada la imaginacion con la muerte de mi padre, mi madre y mi hermano, con la insolencia de aquel soez soldado bulgaro, con la cuchillada que me dió, con mi oficio de lavandera y cocinera, con mi capitan bulgaro, con mi sucio Don Isacar, con mi abominable inquisidor, con la horca del doctor Panglós, con aquel gran miserere en fabordon durante el qual le diéron á vm. doscientos azotes, y mas que todo con el beso que á vm. detras del biombo la última vez que nos vimos.

Y me guardaré muy bien de condenar lo que hace el Papa; me limitaré a desear que no tengamos que cantar el miserere después del himno. Pero volviendo a esa mujer que tantos personajes han aplaudido, ¿piensa usted que esos necios aplausos la absuelvan de sus malos procederes y de su perversa índole? No sea usted tan justiciera, Rosita.

El Miserere de Eslava esparcía sus alegres melodías italianas en este ambiente terrorífico de sombra y misterio.

Sumaban ya seis mil pesos los entregados por fray Venancio, cuando una noche se sintió éste acometido de un violento cólico miserere, enfermedad muy frecuente en esos siglos, y al acudir fray Antolín encontró a su alter ego con las quijadas trabadas y en la agonía. No pudo, pues, mediar entre ellos la menor confidencia, y fray Venancio fué al hoyo.

Era un Miserere andaluz, algo juguetón y gracioso, como el batir de alas de un pájaro, con romanzas semejantes a serenatas de amor y coros que parecían rondas de bebedores; la alegría de vivir en un país dulce que hace olvidar a la muerte y se rebela contra las lobregueces de la Pasión.

Recitaba, sílaba a sílaba, salmos del Miserere... y yo no supe qué hacer ni qué decirle en los primeros momentos: me imponía aquel cuadro que nunca había visto, y sentía al mismo tiempo mucha compasión.

El órgano, como si hubiera oído llover, en cuanto terminó el presuntuoso Arcediano, soltó el trapo, abrió todos sus agujeros, y volvió a regar la catedral con chorritos de canciones alegres, el fuelle parecía soplar en una fragua de la que salían chispas de música retozona; ahora tocaba como las gaitas del país, imitando el modo tosco e incorrecto con que el gaitero jurado del Ayuntamiento interpretaba el brindis de la Traviata y el Miserere del Trovador.

Hincose, y pidió un libro de horas para confesarse con fray Antonio. Ramiro, colocado muy cerca, escuchó las palabras del Miserere, del Credo, de las Letanías. Lloviznaba. La plaza estaba repleta de muchedumbre. Algunos curiosos habían logrado encaramarse a los tejados, hacia la parte del poniente. Por fin el verdugo se acercó a decir que ya era tiempo.

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