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Al pie del balcón se sucedían de hora en hora los músicos ambulantes, cantando voluptuosas barcarolas y serenatas de amor. ¡Y ella no vino! El segundo día fué de plata y desesperación.

Ana se sentía transportada a la época de D. Juan, que se figuraba como el vago romanticismo arqueológico quiere que haya sido; y entonces volviendo al egoísmo de sus sentimientos, deploraba no haber nacido cuatro o cinco siglos antes.... «Tal vez en aquella época fuera divertida la existencia en Vetusta; habría entonces conventos poblados de nobles y hermosas damas, amantes atrevidos, serenatas de Trovadores en las callejas y postigos; aquellas tristes, sucias y estrechas plazas y calles tendrían, como ahora, aspecto feo, pero las llenaría la poesía del tiempo, y las fachadas ennegrecidas por la humedad, las rejas de hierro, los soportales sombríos, las tinieblas de las rinconadas en las noches sin luna, el fanatismo de los habitantes, las venganzas de vecindad, todo sería dramático, digno del verso de un Zorrilla; y no como ahora suciedad, prosa, fealdad desnuda». Comparar aquella Edad media soñada ella colocaba a D. Juan Tenorio en la Edad media por culpa de Perales con los espectadores que la rodeaban a ella en aquel instante, era un triste despertar.

¿No es acaso ese juego de los partidos colombianos la marcha constante de las sociedades humanas hacia el progreso, y no está revelando la existencia de un pueblo libro y enérgico en la defensa de sus derechos? . Bogotá. Primera impresión. La plazuela de San Victorino. El mercado de Bogotá. La España de Cervantes. El caño. La higiene. Las literas. Las serenatas. Las plazas. Población.

Las aventuras novelescas, que, en esta ciudad de las serenatas, estaban á la orden del día; la extraña mezcla de civilización, casi refinada, y de ferocidad, casi propia de la Edad Media; las escenas galantes del Prado; las citas nocturnas y amorosas en las rejas; los sangrientos desafíos de los caballeros; el fogoso amor, así como la afición á las intrigas y las astucias, de los amantes; la alegría y la ligereza; la iniciativa de los caballeros en sus empresas, no espantándoles ningún peligro; la ternura y la abnegación de las damas, y también su espíritu vengativo y su facilidad en ofenderse por motivos livianos: todo esto, repetimos, se encuentra en esas comedias, con tanta verdad, que quizá no haya otro documento más fiel para estudiar y conocer las costumbres de los antiguos españoles.

Tengo noticias, señores les dijo que ustedes llevan a la cárcel sólo a los pobres diablos que no tienen padrino que les valga; pero que cuando se trata de uno de los marquesitos o condesitos que andan escandalizando el vecindario con escalamientos, serenatas, estocadas y holgorios, vienen las contemporizaciones y se hacen ustedes de la vista gorda.

Era un puma que se había encogido para dormir en este refugio, dando una sorpresa formidable al nostálgico evocador de las serenatas de Brescia. Cuando tengamos agua y las tierras se rieguen continuaba González vivirán aquí miles y miles de familias.

Apenas se dignaba mirar sus ejercicios caballerescos, ni oír sus serenatas, ni sonreír agradecida a sus versos de amor. Los magníficos regalos, que cada cual le había traído de su tierra, estaban arrinconados en un zaquizamí del regio alcázar. La indiferencia de la Princesa era glacial para todos los pretendientes.

Eran de admirar, por último, los enigmas que los príncipes se proponían para mostrar la respectiva agudeza; los versos que escribían; las serenatas que daban; los combates del arco, del pugilato y de la lucha, y las carreras de carros y de caballos, en que procuraba cada cual salir vencedor de los otros y ganarse el amor de la pretendida novia.

Su primo Rafael había terminado la carrera, abandonando las locuras de estudiante para revestirse de la gravedad del doctor, y cuando ella esperaba de un momento a otro que formulase ante el padre sus pretensiones, una buena alma la hizo saber que aquel calavera ya no limitaba sus infidelidades a serenatas amorosas o pasiones del momento, sino que tenía cierto «arreglo» en el barrio del Carmen con carácter permanente, y hasta se susurraba si había una criatura de por medio.

Le conocía yo; le había oído leer de un modo maravilloso sus admirables versos, aquellas serenatas que eran, en labios del poeta, miel de abejas, susurro de arboledas, cantos del agua en las acequias de la Alhambra; música del cielo.