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Al mismo tiempo, sobre su pecho cayeron dos columnas duras como el hueso, apretándole contra la tierra, manteniéndolo en la inmovilidad de la presa vencida.... Era el puma.

Al ser mencionado el puma, algunos volvían á sonreir torciendo sus ojos hacia Friterini. Un amanecer, al salir el camarero al corral del boliche, había visto saltar del fondo de un tonel vacío á una especie de tigre con la piel á redondeles y del tamaño de un perro.

Le hizo contar Elena cómo era su vida en el desierto patagónico, inmensa llanura barrida en invierno por huracanes fríos que levantan columnas de polvo, y sin más habitantes naturales que las bandas de avestruces y el puma vagabundo, que, cuando siente hambre, osa atacar al hombre solitario.

Para el vagabundo predispuesto á convertirse en salteador, tenía su cuchillo, y también para el puma, león de las altiplanicies desiertas, no más grande que un mastín, pero que el hambre mantiene en perpetua ferocidad, impulsándole á atacar al viajero.

Doy tanta importancia a estos pormenores porque ellos servirán a explicar todos nuestros fenómenos sociales y la revolución que se ha estado obrando en la República Argentina; revolución que está desfigurada por palabras del Diccionario civil, que la disfrazan y ocultan, creando ideas erróneas; de la misma manera que los españoles, al desembarcar en América, daban un nombre europeo conocido a un animal nuevo que encontraban, saludando con el terrible de león, que trae al espíritu la idea de la magnanimidad y fuerza del rey de las bestias, al miserable gato llamado puma, que huye a la vista de los perros, y tigre al jaguar de nuestros bosques.

Vió también, al hacer un movimiento este animal, que tenía cabeza de gato, con bigotes hirsutos y unos ojos verdes que esparcían reflejos dorados. Rosalindo conocía á esta bestia y no le inspiraba miedo. Era un puma que parecía dudar entre la audacia y el temor, entre la acometividad y la fuga.

La señorita de la estancia de Rojas se divertía acosando á estos rebaños zancudos, que escapaban, abriendo el compás de sus rudas patas, y eran alcanzados algunas veces por el lazo de la amazona. El puma, con el empujón del hambre, también descendía en invierno de las alturas para rondar en torno á los ranchos y casitas de la Presa.

Las asas de la taza de Lucía eran dos pumas elásticos y fieros, en la opuesta colocación dedos enemigos que se acechan: descansaba sobre tres garras de puma, el león americano. Dos águilas eran las asas de la de Juan; y la de Pedro, la del buen mozo Pedro, dos monos capuchinos.

Hasta pensó supersticiosamente si este felino de la altiplanicie, mezcla de león y de tigre, tendría algo del alma de la difunta, pues en los cuentos del país había oído hablar muchas veces de espíritus de personas que continúan su existencia dentro de cuerpos de animales. Dejó de ocuparse del puma para seguir mirando el bote de las limosnas.

Era un puma que se había encogido para dormir en este refugio, dando una sorpresa formidable al nostálgico evocador de las serenatas de Brescia. Cuando tengamos agua y las tierras se rieguen continuaba González vivirán aquí miles y miles de familias.