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Atribuía supersticiosamente al plastón gran parte en las victorias de amor de su enemigo.

Hablaron del juego y del Casino, pero nadie se atrevió á preguntar al inglés si había ganado. Temía supersticiosamente esta pregunta, como algo que llamaba á la desgracia. En cambio, habló de la fortuna de los otros, de las grandes ganancias conseguidas en una noche. Guardaba en su memoria todo lo que le habían contado ó lo que él había creído ver durante veinticinco años de vida en Monte-Carlo.

Tienen tan poca decencia en estos asuntos, que muchas veces envian supersticiosamente al mando de los hechiceros, sus mugeres á los bosques para prostituirse con los primeros que encuentran: pero tambien hay algunas que no quieren obedecer al marido, ni tampoco á los hechiceros. Razon del idioma de los moradores de este país. Son diferentes las lenguas de estos indios.

Hasta pensó supersticiosamente si este felino de la altiplanicie, mezcla de león y de tigre, tendría algo del alma de la difunta, pues en los cuentos del país había oído hablar muchas veces de espíritus de personas que continúan su existencia dentro de cuerpos de animales. Dejó de ocuparse del puma para seguir mirando el bote de las limosnas.

No creía el Provisor en una Providencia que aprovecha juegos de la suerte, combinaciones de teatro para dar lecciones, pero supersticiosamente enlazaba el recuerdo de la mañana, de su paseo y conversación con Petra, con las escenas también campestres en que temía groseramente ver enredada a la Regenta.

Desde la aparición de don Álvaro en la plaza, el humor de Ana había cambiado, pasando de la aridez y el hastío negro y frío, a una región de luz y calor que bañaban y penetraban todas las cosas: aquellas bruscas transformaciones del ánimo, las atribuía supersticiosamente a una voluntad superior, que regía la marcha de los sucesos preparándolos, como experto autor de comedias, según convenía al destino de los seres.

Este caballo, superior a los fabulosos de la mitología griega y oriental, se llamaba Ebn-Nur, o hijo de la luz o del fuego, ya por las nobles condiciones que ostentaba, o ya por una estrella que tenía en la frente, tan blanca, que de noche creían supersticiosamente que rutilaba y resplandecía como lucero del cielo.