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Hasta pensó supersticiosamente si este felino de la altiplanicie, mezcla de león y de tigre, tendría algo del alma de la difunta, pues en los cuentos del país había oído hablar muchas veces de espíritus de personas que continúan su existencia dentro de cuerpos de animales. Dejó de ocuparse del puma para seguir mirando el bote de las limosnas.

Desde que he puesto el pie en la altiplanicie andina, sueño con la catarata, y cuando, al cansado paso de mi mula, llegué a aquel punto admirable que se llama el Alto de Robe, desde el cual vi desenvolverse a mis ojos atónitos, la inmensa sabana, pareciome oír ya «del Tequendama el retemblar profundo».

Un viento glacial soplaba en la desierta extensión de la altiplanicie. Los últimos arrieros que acababan de bajar de la Puna declaraban el paso inaccesible para los que vinieran detrás de ellos. Rosalindo seguía adelante.

Fue en una de esas excursiones gigantescas que el viajero moderno, recorriendo las mismas regiones con todos los elementos necesarios, apenas alcanza a comprender, dónde Federmann, partiendo de Maracaibo y recorriendo las llanuras de Cúcuta y Casanare, mortales aun en el día, apareció en lo alto de la sabana de Bogotá, a 2.700 metros sobre el nivel del mar, al tiempo que Benalcázar, salido de Quito, plantaba sus reales en la parte opuesta de la planicie, formando simultáneamente el triángulo Quesada que, después de remontar el Magdalena, había trepado, con un puñado de hombres, las tres gradas gigantes que se levantan entre el río y la altiplanicie. ¡Cómo tenderían ávidos los ojos los tres conquistadores sobre la sabana maravillosa donde pululan millares de chipchas, entregados a la agricultura, tan desarrollada como en el Perú!...

El mesticillo le había conducido á una altura arenosa, en el borde de la altiplanicie, desde la cual podían verse casi verticalmente las ruinas del rancho de la India Muerta. El conocía de fama este sitio. Veinte años antes estaba habitado por gentes que hacían pastar sus ovejas en los campos inmediatos. Pero el capricho de los huracanes los había cubierto de pronto con una gruesa capa de arena.

Si le abandonaba uno de los dioses, el otro, por rivalidad, le protegería. Después de esto se lanzó valerosamente á través del Despoblado. Los más horrendos paisajes de la Cordillera conocidos por él resultaban lugares deliciosos comparados con esta altiplanicie. La tierra sólo ofrecía una vegetación raquítica y espinosa al abrigo de las piedras.

Llevaban productos del país á los puertos del Pacífico, para traer en sus viajes de vuelta objetos de procedencia europea, pues Buenos Aires y los demás puertos argentinos están muy lejos. En su casa, Rosalindo sólo había oído hablar de peligrosos viajes á través de los Andes y de la altiplanicie desolada de Atacama.

Mientras la atmósfera se mantuviese tranquila no se consideraba en peligro de muerte. El frío huracán, en esta altiplanicie donde es imposible encontrar refugio, resultaba tan temible como la nieve que sepulta. La rarefacción de la atmósfera representaba igualmente una fatiga mortal para los que cruzaban por primera vez las altiplanicies andinas.

Rudos vaivenes de fortuna le habían hecho pasar de una abundancia absurda á una miseria de vagabundo. Pero evitaba hablar de sus aventuras en otros países y sus relatos eran siempre sobre la vida que había llevado en Patagonia. No podía olvidar un horrible sed sufrida en aquella altiplanicie que empezaba al borde de la cortadura del río Negro, extendiéndose hasta el estrecho de Magallanes.

Sus oyentes sonreían al acordarse de las bandas de avestruces que bajaban de la altiplanicie á la cuenca del río, atraídos, sin duda, por la novedad de los trabajos que iban realizando los hombres junto al agua.