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Dios es Dios, que te vendimie de camino». Había confesado este, y era tan maldito que traíamos todos con carlancas, como mastines, las traseras, y no había quien se osase ventosear, de miedo de acordarle dónde tenía las asentaderas. Este hacía amistad con otro que llamaban Robledo y por otro nombre el Trepado.

Todavía pasarán muchos años antes de que el cañón, trepado insolentemente sobre su cureña, deje de ser un argumento; pero hay que esperar que llegará un dia en que una plaza mercantil y un estrecho de mar no tengan otra defensa que el interes del progreso y la nocion de la justicia. El panorama que se domina desde las alturas superiores de Gibraltar es incomparable, como cuadro marítimo.

Las paredes y el techo de la gruta tenian una hermosura luminosa increíble; por todas partes se escapaban hilos de agua purísima como cascadillas de perlas sonrosadas, y los muros presentaban colores muy variados, ya el blanco de la esmeralda pálida ó el blanco mate de la nieve, ¡Qué indifinible emocion la que sentímos allí, cogidos de la mano, en aquella atmósfera de la mas deliciosa frescura, bajo esa bóveda de cristal húmedo y tornasolado, aislados del mundo entero y en inefable arrobamiento!... Nuestro guia habia trepado por la escalera para darnos el ejemplo; por eso no pudo percibir si un eco delicioso del interior de la gruta era producido por el rumor de las cascadillas microscópicas, ó por un ósculo de infinito amor que habia saludado aquella mansion de los misterios de la naturaleza.... Cuando salimos á lo alto de la escalera nos parecia que habíamos vivido en cinco minutos diez años de ventura desconocida.

El 20 de marzo de este año, los vecinos de un pueblo del Chaco santafecino persiguieron a un hombre rabioso que en pos de descargar su escopeta contra su mujer, mató de un tiro a un peón que cruzaba delante de él. Los vecinos, armados, lo rastrearon en el monte como a una fiera, hallándolo por fin trepado en un árbol, con su escopeta aún, y aullando de un modo horrible.

Se inclina sobre el alféizar y silba un aria hundiendo sus miradas en la sombra. Debajo de él, el manzano en plena florescencia balancea la masa blanca de sus flores. ¡Cuántas veces, siendo niño, ha trepado por sus ramas! ¡Cuántas veces, cansado de jugar, se ha apoyado en el tronco, perdido en un sueño, mientras las hojas le susurraban lindas historias!

Caparrosa tomó el boletín y trató de descolgarse de la ventana; pero mi tía, que ya había conseguido abrirse una brecha y tomar posiciones, le gritaba: No te bajes, muchacho, no te bajes, cómprame a otro, espera y diciendo y haciendo, forcejeaba su ridículo que se obstinaba en no abrirse, hasta que, después de mucho forcejear, pescó un peso, y estirando todo cuanto le fue posible el brazo derecho, lo alcanzó a Caparrosa que continuaba trepado en la ventana.

Fue en una de esas excursiones gigantescas que el viajero moderno, recorriendo las mismas regiones con todos los elementos necesarios, apenas alcanza a comprender, dónde Federmann, partiendo de Maracaibo y recorriendo las llanuras de Cúcuta y Casanare, mortales aun en el día, apareció en lo alto de la sabana de Bogotá, a 2.700 metros sobre el nivel del mar, al tiempo que Benalcázar, salido de Quito, plantaba sus reales en la parte opuesta de la planicie, formando simultáneamente el triángulo Quesada que, después de remontar el Magdalena, había trepado, con un puñado de hombres, las tres gradas gigantes que se levantan entre el río y la altiplanicie. ¡Cómo tenderían ávidos los ojos los tres conquistadores sobre la sabana maravillosa donde pululan millares de chipchas, entregados a la agricultura, tan desarrollada como en el Perú!...

Uno para , aquí tiene el peso y mostraba el billete hecho pelotón entre los dedos. El interpelado, después de mucho rato, y aturdido probablemente por los gritos de Caparrosa, lo vio al fin trepado en la ventana y metiendo apenas la cabeza en dirección al zaguán y arrugando el boletín para tirárselo, le gritó: ¡Largá el peso!

Muchas matronas de peso, que hoy han trepado la cima de los cincuenta, eran criaturas adorables entonces y esperaban con las manos llenas de flores y coronas el desfile de sus guerreros predilectos, hoy maridos vichocos o solterones embalsamados, que purgan el delito de su inconstancia en el Club del Progreso reflexionando sobre una mesa de dominó.

También veo esa bahía desde la cima á donde he trepado; allí se extiende el gran abismo azul del Océano, del cual salió la montaña, y al cual volverá tarde ó temprano. Invisible está el hombre, pero se le adivina. Como nidos ocultos á medias entre el ramaje, columbra cabañas, aldeas, pueblecillos esparcidos por los valles y en la pendiente de los montes que verdean.