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Actualizado: 8 de junio de 2025
Desprendióse el niño, al oír esto, de los brazos de Lilí, que, saltando de alegría, le abrazaba, y exclamó con enérgica ira: ¡No!, ¡no!... ¡Papá, no!... ¿Pero por qué? dijo sorprendida Currita, agarrándole por un brazo. Forcejeaba el niño por desasirse, muy colorado y conmovido, y con los hermosos ojos llenos de lágrimas. ¿Pero por qué, por qué? repetía Currita.
Sin embargo, estaba desvelado. Oí el viento que barría de arriba abajo la montaña, agitaba las ramas de los melancólicos pinos, entraba luego en la casa y forcejeaba en todas las puertas y ventanas del edificio. Fuertes corrientes de aire esparramaban a menudo mi cabello sobre la almohada con extraños aullidos.
El conde iba a lanzarse sobre D. Luis para destrozarle si podía; pero la opinión había dado una gran vuelta desde aquella mañana, y entonces estaba en favor de D. Luis. El capitán, el médico y hasta Currito, ya con más ánimo, contuvieron al conde, que pugnaba y forcejeaba ferozmente por desasirse. Dejadme libre; dejadme que le mate decía.
Las iras comprimidas por tan largo tiempo, se habían desbordado; se gritaba, se forcejeaba, se luchaba. ¡Y qué! ¿el oro tenía que burlarse siempre del comercio honrado, del que no juega, del que no busca en la especulación sino en el trabajo el bienestar y el sustento? La mano de míster Robert, al arrojarle de un revés, de su insolente altura, había hecho justicia.
A veces, una figura, rastreando, se adelantaba en el espacio iluminado; espiaba, forcejeaba en las carretas, y al sentir la luz de la luna sobre su cara, retrocedía rápidamente, fundiéndose en la obscuridad; y como el techo del cobertizo era bajo, brillaba un momento algún hierro de lanza inclinado. ¿Qué queréis, canallas? rugí en portugués.
Jacobo forcejeaba como el lobo cogido en la trampa para buscar una salida, y no hallándola, exclamó al fin, rompiendo el freno de las formas, último que suele romper el más inepto de los diplomáticos: ¡Política romana con todas sus hipócritas bajezas y sus intrigas de sacristía!...
Me voy a acostar. ¡Tengo un dolor de cabeza tan fuerte!... Espera un poco... Déjame darte un beso en la frente... Ahora otro en los ojos... Ahora otro en los labios... Ahora en las manos... Adiós. Adiós. Suelta, Ricardo, suelta... El joven la tenía sujeta aún por las manos, riendo de felicidad. María forcejeaba por desasirse, riendo también. Vamos, déjame marchar; no seas tonto.
Recalde, que forcejeaba para abrir la escotilla de popa, llegó a conseguirlo y desapareció por ella. ¿Se puede andar por ahí? le preguntamos. Sí, hay agua; pero se puede andar. Bajamos los tres y registramos el camarote principal, la despensa y la bodega, anegados. No encontramos nada; solamente Zelayeta halló un devocionario en francés, impreso en Quimper, que se lo guardó.
Confusamente pudo columbrar unos brazos que oprimían a la dama la cintura; ella forcejeaba por desasirse. «¿Quién era?». Imposible distinguirlo; parecía alta, bien formada; lo mismo podía ser Obdulia que la Regenta. «¡Es decir, la Regenta no podía ser; no faltaba más! ¿Y el de los brazos? ¿quién era? ¿por qué no salía al balcón?». De Pas estaba seguro de no ser visto, en completa obscuridad, en un portal de enfrente.
La falúa ya estaba cerca de ellos, y pudo coger la beta que le echaban, y en seguida el carel de la lancha, viéndose suspendido por una porción de brazos que los metieron dentro. Don Mariano, en los cortos momentos que esto duró, forcejeaba con don Máximo y otras personas, pugnando por arrojarse al agua. Cuando vio a su hija en la embarcación faltó poco para que la ahogase contra su pecho.
Palabra del Dia
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