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Al mismo tiempo de lo apuntado, hizo la señora de Aymaret otras observaciones que le dieron mucho que pensar decidiéndola a llevar a la práctica ciertos diplomáticos planes.

Con tales aprestos, D. Joaquín, mejorado de facha, empezó a ganar amigos; y Rafaela, bien vestida, mejor hablada, decorosa e insinuante, fue haciendo olvidar su vida pasada, se introdujo poco a poco entre la flor y la crema de la sociedad, abrió sus salones y convidó a su mesa a lo más encopetado y aristocrático de todo el Imperio: a los poetas, a los Ministros, a los oradores, a los diplomáticos y a los militares.

Jacobo forcejeaba como el lobo cogido en la trampa para buscar una salida, y no hallándola, exclamó al fin, rompiendo el freno de las formas, último que suele romper el más inepto de los diplomáticos: ¡Política romana con todas sus hipócritas bajezas y sus intrigas de sacristía!...

Para hacer la paz hay reyes, diplomáticos, cancilleres, ministros, políticos, gobernantes, etc., todos los que han lanzado a los pueblos a la pelea. Para «hacer las paces» no hay acción intermediaria y pacificadora, porque los guerreros los cónyuges empiezan por ocultar su propia guerra. En las guerras internacionales los combatientes sienten el orgullo y el honor de la pelea.

Esta incomunicación de la guerra con el medio exterior es precisamente lo que dificulta «hacer las paces». Así, pues, los contendientes, los cónyuges, han de buscar, en medio de su contienda, los métodos y las maneras de apaciguar su discordia. Y aquí está, precisamente, la dificultad. ¿Cómo ser simultáneamente, guerreros y diplomáticos, actores e intermediarios? ¿Cómo suspender las hostilidades?

Las facciones, toscas y tostadas por el sol, del monje asumieron una expresión enigmática y confusa, porque comprendió que algo habíamos conseguido saber, pero sin embargo vaciló interrogarnos por temor de descubrirse a mismo. Los capuchinos, como los jesuitas, son admirables diplomáticos. Indudablemente la fascinación personal que ejercía el monje, se debía en parte a su espléndida presencia.

Estos «ganchos» trascendentales merecieron la admiración y el aplauso de los pueblos, que siguen venerando la memoria de aquellos insignes diplomáticos. El «gancho», tiene, pues, glorioso abolengo histórico, y no debe desdeñarse mi entrometimiento que ocupa tantas y tan sublimes páginas en los anales de la humanidad.

Enviaba tierra adentro con sus papeles diplomáticos a un judío converso en Murcia, que por conocer algunas lenguas orientales iba con él de intérprete, y este mensajero, después de larga marcha, sólo encontraba un jefe de tribu a la sombra de su techumbre de hojas, rodeado de concubinas bronceadas.

Cambiaron algunas palabras indiferentes y, como siempre, la esposa de Pepe de Chiclana concluyó por tocar el asunto del matrimonio de su amiga, dándole cuenta de los trabajos diplomáticos que llevaba á cabo para su realización y procurando infundirle esperanzas. Soledad escuchó distraída y dijo al cabo con impaciencia: Mira, Paca, no te molestes más. No tengo ya ninguna gana de casarme.

Montifiori le había traído a todos sus camaradas del gran mundo; dos o tres diplomáticos, aves de paso, chismosos y murmuradores, como todas las mediocridades del género; uno o dos banqueros; no faltaba nunca algún personaje político de más o menos importancia, ni un grupo de muchachos alegres y calaveras, que solían comer allí y alegrar la tertulia de Blanca, en la que Fernanda gozaba de una influencia suprema.