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El jefe supremo de los brahmanes, el sublime y venerando Balarán, alma de la conjuración, sabe lo que vales y solicita misteriosa y recatadamente tu auxilio. Para alcanzarle ha venido a Goa en tu busca el sabio brahmán Narada, confidente de Balarán, que ha hablado ya conmigo y que pide audiencia para hablarte.

Creía en el Cristo de Salta, pero al lado de él seguía venerando á las antiguas divinidades indígenas, como todos los montañeses del país.

Desesperado y rabioso estaba yo de verle convertido en bon vivant, con sus puntas y collar de bribón desvergonzado; mas para evitar habladurías escandalosas, determiné aconsejar al colegio de los magos que siguiese sosteniendo que Parsondes había subido al empíreo, y que siguiese venerando su imagen, sin descubrir nunca, antes negando rotundamente, que Parsondes vivía con las bailarinas de Babilonia, en el alcázar de Nanar.

Cierto que al contemplar la amenidad de todo aquel extenso paraje, la grandiosidad de sus edificios y las bellezas todas que rodeaban la casa de Don Fernando Colón, justamente pudo éste recomendar á sus descendientes que conservasen el suntuoso edificio y su magnífica huerta porque «según había visto sitios de casas por la cristiandad, ninguno pensaba haber mejor». De propios y de extraños era con razón celebrado, y aún más, si se atiende á que por aquellos años, el ilustre hijo del Almirante, cuidábase preferentemente de terminar el adorno de la fachada, enriqueciendo con los primores del cincel aquel venerando asilo de las ciencias, en el cual pensaba pasar los años de su vida, trocando las inquietudes y falácias de la corte, en que había vivido los años de su juventud, por el dulce sosiego y apacible deleite del estudio.

Después de la muerte de los antiguos dioses y la destrucción de sus templos, los pueblos cristianos continuaron en muchas partes venerando el agua de los manantiales: así en el nacimiento del Cefiso en Beocia, se ve una al lado de otra, las ruinas de dos ninfeos griegos con sus elegantes columnas y la pesada arquitectura de una capilla de la Edad Media.

Mas ¡ay! que siempre al genio venerando guarda el hado fatal triste destino, y de abrojos punzantes sembrando con torva faz el árido camino Y sólo, en un rincón de nuestra España, el término encontraste, que marcaba el Señor a tanta hazaña. Escucha, escucha al menos nuestro canto, porque es del corazón tributo santo.

El hombre cristiano se cree autorizado, se cree con poderes, se cree hasta con fuero, para ver lo que puede verse; dejó de quemar al que manifestaba que veia lo que no se habia visto antes; dejó de fabricar tormentos, de aparejar cadalsos y de encender hogueras al altísimo y venerando ministerio de la razon humana; al ministerio de pensar y de decir lo que se habia pensado; al ministerio de medir, y de hacer patente lo que se habia medido, y esto, esto solo explica la incalculable superioridad del mundo moderno sobre el mundo antiguo, la incalculable superioridad del hombre cristiano sobre el hombre de las regiones gentiles y paganas.

El pueblo suspende sus ritos, álzase un imponente murmullo, señal segura de un grave escándalo; el Imam enmudece asombrado; al murmullo sucede una amenazadora gritería, como siguen en la mar los bramidos de las olas á la susurrante brisa que anuncia las tempestades. ¿Qué intentan esos dos hombres temerarios que abriéndose paso por las apiñadas hileras se adelantan forcejeando hasta cerca del Santuario? ¿Qué palabras son las que vienen á proferir en este venerando recinto, interrumpiendo solemnes ceremonias, infringiendo leyes y tradiciones, desafiando las mas terribles prohibiciones y esponiendo la vida al justo furor de la escandalizada muchedumbre? ¡Oh abominacion! ¡oh delito monstruoso y nefando!

Hablemos ahora de la familia de Afán de Ribera, o Perafán de Ribera, que en esto no están acordes los cronistas. Ocupará el primer lugar en esta enumeración reverente la señora Condesa viuda D.ª María Castro de Oro de Afán, etc., aragonesa de nacimiento, la cual era de lo más severo, venerando y solemne que ha existido en el mundo.

Estos «ganchos» trascendentales merecieron la admiración y el aplauso de los pueblos, que siguen venerando la memoria de aquellos insignes diplomáticos. El «gancho», tiene, pues, glorioso abolengo histórico, y no debe desdeñarse mi entrometimiento que ocupa tantas y tan sublimes páginas en los anales de la humanidad.