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Actualizado: 21 de octubre de 2025
Bismarck era de oficio delantero de diligencia, era de la tralla, según en Vetusta se llamaba a los de su condición; pero sus aficiones le llevaban a los campanarios; y por delegación de Celedonio, hombre de iglesia, acólito en funciones de campanero, aunque tampoco en propiedad, el ilustre diplomático de la tralla disfrutaba algunos días la honra de despertar al venerando cabildo de su beatífica siesta, convocándole a los rezos y cánticos de su peculiar incumbencia.
Parece una diosa por el ritmo y la nobleza de su andar entonado y por el olor de ambrosia con que satura en torno el ambiente. ¿Le digo que aguarde? EUMORFO. ¡Venerando maestro! La galantería exige que recibas luego a esa dama. Yo aguardaré en otro cuarto. PROCLO. Bien está. PROCLO. ¡Deslumbrante aparición! ¿Quién eres? ¿Eres mortal o diosa? PROCLO. ¡Asclepigenia de mi corazón! ¡Cuán bella estás!
A sus ojos sólo quedaba en pie el venerando e indestructible ideal religioso, que se alzaba como elevadísima y solitaria torre en medio de un campo arrasado y lleno de ruinas. Lo único que quedaba como refugio, consuelo y fin de la vida de Morsamor era la religión. Hízose, pues, religioso por no saber qué hacerse.
Pero no sólo han continuado los pueblos cristianos venerando las montañas santas de griegos y romanos, sino que han extendido á su manera su culto por todas las comarcas en que habitan.
Palabra del Dia
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