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Nos hablaba, también, Yurrumendi de esos pulpos gigantescos con sus inmensos tentáculos, que pueden hacer naufragar una fragata; del mar de los Sargazos, en donde se navega por tierra, por verdadera tierra, que se abre para dejar pasar un buque; de los países donde nievan plumas; de los delfines, que tienen esa extraña simpatía mal explicada por los hombres; de las sentimentales ballenas, cuya desgracia es pensar que la humanidad estima más su aceite que su melancólico corazón; de los mil enanos jorobados y extravagantes de las costas de Noruega; de las serpientes de mar que persiguen, aullando, a los barcos; de la araña del Kraken, en el pino de Portland, en Inglaterra, y de ese monstruo terrible del Maëlstrom, cuyas fauces sorben el mar y tragan las imprudentes naves haciéndolas desaparecer en sus gigantescas entrañas.

Ve acercarse entonces un grupo de mozos ebrios, que aullando cantos obscenos pasan en fila a través de la gente; a la cabeza de ellos marcha el cerrajero Farmann, bribón famoso, y detrás de él van otros perdidos.

Y en el teatro de los anamitas, los cómicos vestidos de panteras y de generales, cuentan, saltando y aullando, tirándose las plumas de la cabeza y dando vueltas, la historia del príncipe que fue de visita al palacio de un ambicioso, y bebió una taza de envenenado. Pero ya es de noche, y hora de irse a pensar, y los clarines, con su corneta de bronce, tocan a retirada.

Desde la mona catarrinia hasta la elegante y hermosa Helena y desde los antropiscos alalos que salieron de la Lemuria y se esparcieron en manadas y aullando por todo el mundo, hasta el hombre que compuso la Iliada y los que la entendían y gozaban leyéndola, hay progreso tan pasmoso que, aun suponiendo millares de siglos para realizarle, todavía nos parece inverosímil y punto menos que imposible.

272 al verse sin compañero el otro se sofrenó; entonces le dentré yo, sin dejarlo resollar, pero ya empezó a aflojar y a la pu-n-ta disparó. 273 Uno que en una tacuara había atao una tijera, se vino como si juera palenque de atar terneros, pero en dos tiros certeros salió aullando campo ajuera.

El 20 de marzo de este año, los vecinos de un pueblo del Chaco santafecino persiguieron a un hombre rabioso que en pos de descargar su escopeta contra su mujer, mató de un tiro a un peón que cruzaba delante de él. Los vecinos, armados, lo rastrearon en el monte como a una fiera, hallándolo por fin trepado en un árbol, con su escopeta aún, y aullando de un modo horrible.

A pesar de todo, mi vista se acostumbraba poco a poco a ello, concluyendo yo por sentarme al pie mismo de la lámpara, junto al torrero que leía su Plutarco en alta voz, por temor a dormirse. Allá fuera, la obscuridad, el abismo. En el balconcillo que circunda a la vidriera, el viento corre aullando como un loco. Cruje el faro, la mar brama.

y la furia con que bate los ijares del corcel, desgarrándolos cruel con el agudo acicate; y el siniestro, el ronco grito con que excita al corredor, el aspecto aterrador le dan de un genio maldito. Fieros, el rastro siguiendo, ante el rápido corcel, vienen perros en tropel ladrando, aullando, latiendo.

El concierto duró más de diez minutos. El cuervo, posado en el árbol seco, no se movía. Robin hubiera querido huir; rezaba, llamaba en su auxilio a todos los santos, y muy particularmente a su patrón, del que son muy devotos los pastores de la sierra. Pero los lobos continuaban aullando, y sus alaridos eran repetidos por los ecos del Blutfeld.

Hundieron el rabo y corrieron de costado, aullando. Pasó un segundo, y el encuentro se produjo. Míster Jones se detuvo, giró sobre mismo y se desplomó. Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron a prisa al rancho, pero fué inútil toda el agua; murió sin volver en .