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Los preparadores del trépang aún no habían encendido las fornallas y sostenían viva discusión con el viejo marinero, el cual de vez en cuando daba alguna que otra puñada en la rapada cabeza a los hombres amarillos. ¿Qué pasa aquí? preguntó Van-Stael desde lejos, arrugando el ceño. ¿Habrán asaltado los indígenas el campamento? dijo Cornelio. No puede ser: habríamos oído los tiros.

Y llegarás también a ser un hábil pescador y... Un grito estridente que venía de la playa le cortó la palabra. ¡Cooo-mooo-eee! ¡Mil truenos! exclamó el Capitán, arrugando la frente . ¡El instinto no me engañaba! ¿Es el grito de los trépang? preguntó Hans. Los trépang no gritan. ¿Es, acaso, algún otro animal? dijo Cornelio. Peor todavía. Es el grito de alarma de los australianos.

Toma lo que quieras. Es para Guillermina. Mamá le dio dos, y le falta un pico para poder pagar mañana el trimestre del alquiler del asilo. Contestole el Delfín apretándole con mucha efusión las dos manos y arrugando el billete que estaba en ellas. En cuanto Guillermina pescó lo que le faltaba para completar su cantidad, dejó la costura y se puso el manto.

Está bien; yo se la entregaré cuando venga. Y con la carta en la mano entróse en el boudoir, arrugando el entrecejo, la boca fruncida y torvos los claros ojitos... A la luz de la gran lámpara sostenida por el negro de ébano tomó a registrar la carta por todos lados; era el sobre de rico papel muy recio, no tenía timbre, sello ni inicial alguna, y venía ligeramente pegado con la misma goma de los bordes.

Usted manda, usted es el amo. Haga todo lo que considere más acertado; cuantas más iniciativas tenga, mejor. Y gravemente, arrugando el entrecejo, como si cada idea le costase una extracción dolorosa, expuso su plan.

Posible es observó don Simón arrugando la cara. No he concluido todavía añadió su excelencia . El papel se emitirá a setenta por ciento. ¡Santa Bárbara! ¡Otra ventaja para el suscriptor! ¡Ya, ya! refunfuñó don Simón. ¿No le parece a usted bastante claro todavía el negocio? preguntóle con picaresca sonrisa el Ministro.

Es verdad, señor Cornelio dijo el marino arrugando la frente . Esta noche tendremos viento fuerte; pero el junco parece sólido y está ya probado en varias tempestades. No digo lo contrario; pero si al encallar ha quedado algo resentido ... sabes muy bien que la carena de estos barcos no es tan segura como la de los europeos. También eso es verdad, señor Cornelio.

Quieren, como el cocinero Que en su oficio mas mirase, Que se ase y no se abrase La carne de aquel cordero. Sube el humo al ayre vano, Y á veces le en los ojos, Quema el fuego los despojos Que le vienen á la mano. Vase arrugando el vestido Con el calor violento, Y el fuego poco contento Busca lo mas escondido.

Si llega a desearlo... replicó la señora de Maurescamp arrugando su frente en signo de reflexionar... Pues bien, veamos... mañana a la tarde... después de comer... Justamente... mañana a la tarde no salgo... Yo lo informaré, y estad segura de que os adora.

La joven contestó con dureza arrugando el ceño: Dudar es el oficio de usted. Yo he dicho la verdad; tanto peor si se vuelve en mi contra. ¿Tiene usted algo más que preguntarme? En vez de esperar que el juez la despidiera, ella era quien lo despedía. La curiosidad despertada en el público por la tragedia de Ouchy había ido creciendo de día en día.