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Desde lo alto de los retablos churriguerescos, las estatuas de talla, troncos convertidos en santos por el arte, parecían mirar con lástima a la gente arrodillada, cuya apretada masa promovía ruidos en que se mezclaban el caer de las sillas, el crujir de las sedas, la plegaria de unos y el refunfuño de otros. Ya se había rezado el Rosario.

Me miró maliciosamente y lanzó una carcajada, sin hacer caso de la cara hosca que ponía su hermana. Pues mira que muchos han maldecido antes de ahora a esos Elsberg pelirrojos refunfuñó la buena mujer; y yo me acordé en seguida de Jaime, cuarto conde de Burlesdón. ¡Pero nunca los ha maldecido una mujer! exclamó la moza.

¿Qué tal? le preguntó Primitivo . ¿Hay ánimos para otra pinguita de tostado? Volvióse Perucho hacia la botella y luego, como instintivamente, dijo que no con la cabeza, sacudiendo la poblada zalea de sus rizos. No era Primitivo hombre de darse por vencido tan fácilmente: sepultó la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una moneda de cobre. De ese modo... refunfuñó el abad.

Hará cosa de dos o tres meses, Antoniño fue a confesarse, y en el curso de su confesión, le dijo al cura que leía periódicos. ¡Malo! ¡Malo!... refunfuñó el cura . No veo qué necesidad tienes de leer periódicos. ¡Siquiera fuesen de la buena Prensa!... Pero, seguramente, serán de la otra. Eran de la otra, en efecto, y Antoniño lo reconoció así, aunque aduciendo un motivo justificante.

Susana se preparaba, armada de una escoba, a hacerla funcionar activamente. Me pareció que estaba en uno de sus malos días, y pensé que sería conveniente emplear algunas precauciones oratorias antes de plantear mi pregunta. ¡Qué lindas y brillantes están tus cacerolas! díjele con amabilidad. Se hace lo que se puede refunfuñó Susana, y a quien no le guste, que se queje.

Soy pobre, señora refunfuñó Izquierdo con la sequedad de siempre . No me quieren colocar... por decente... Iba a seguir espetando el relato de sus cuitas políticas; pero Jacinta no le hizo caso. Juanín, cuya audacia crecía por momentos, atrevíase ya nada menos que a posarle la mano en la cara, con muchísimo respeto, eso .

Había olvidado por completo que le estaba prohibido tomar parte en la lucha. Al ver aquello volví a reírme, salté al suelo y poniéndole la mano en el hombro le dije: A casa y a la cama, viejo mío. Tengo que contarle a usted la historia más graciosa que ha oído en su vida. Se volvió, absorto, y exclamó, estrechando mi mano: ¡Salvado! ¡Salvado! Pero en seguida refunfuñó como acostumbraba.

La señora Hellinger, al contrario, asumió su aspecto áspero y refunfuñó algo como: «modales de fumaderoCuando el doctor vio la tranquila mesa del desayuno y a sus amigos que, con la cara de todos los días, lo miraban con estupor, se dejó caer en una silla con un suspiro de alivio. ¡Así, pues, la terrible cosa no se había realizado!

¡Aquí estoy, hombre! respondió el Cura . ¡Cuidado que es tema!... Pues mira, con esas prisas en mejor salú, no las tuvieras ahora... ¡Eso es! refunfuñó mi tío . Para consuelo de mis ajogos, tíñeme y vociférame, ¡pispajo!

Pues nada, sino que Tarlein quiere que marche usted en seguida contra el castillo, con infantería, caballería y artillería. ¿Para qué? ¿Para desaguar el foso de la fortaleza hasta dejarlo en seco? Probablemente refunfuñó Sarto. Y con eso no hallaríamos ni aun el cadáver del Rey. ¿Pero está usted seguro de que tienen al Rey en el castillo? Lo creo muy probable.