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Es una desgracia. Lo importante es entrar a matar con guapeza, como él lo haceEl toro, después de correr cojeando con dolorosos vaivenes, que hacían bramar al gentío de indignación, quedó inmóvil, para no prolongar más su martirio. Gallardo tomó otra espada y fue a colocarse ante él. El público adivinó su trabajo. Iba a descabellar al toro: lo único que podía hacer después de su crimen.

Suavemente bajó la mano, no hasta su rodilla, sino hasta el mismo suelo, procurando, que el joven no sufriese rudos vaivenes en tal descenso. Luego se entregó á los barberos que invadían su cuerpo. Flimnap no iba á venir, y era inútil retardar la operación. Sintió cómo aquellos hombrecillos subían á la conquista de su rostro lo mismo que un enjambre de insectos trepadores.

En las mil alternativas y vicisitudes de mi vida, bajé, subí, caí y levanteme; creí tocar con mis manos fatigadas el fondo de aquel mar de la borrascosa desventura, donde transcurrió mi niñez, y fuerzas ignoradas me sacaron de nuevo a la superficie; luché y padecí, deseé la muerte y amé la vida; grandes vaivenes y sacudidas experimenté; pero cuando subía, y bajaba, y luchaba, y vivía, y moría, jamás dejé de percibir aquella luz, encendida ante la desgracia, lejana estrella a quien consideraba como expresión de lo divino y sobrenatural que hay en la existencia.

Los restos de la existencia diaria, la comida y los trapos rotos, los expelía Madrid hacia lo alto; los residuos de su lujo, los muebles y las ropas, empujados por los vaivenes de la fortuna, bajaban la cuesta del Rastro para amontonarse en el estercolero de las Américas. ¡Las cosas que uno ha visto, muchacho!... ¡Si los muebles hablasen!

Los carros de la caravana iban, como decía Jorge Sand, «con una rueda por la montaña y otra por el fondo de una torrentera». El músico, arrebujado en un capote, temblaba y tosía bajo la lona del toldo, estremeciéndose con los dolorosos vaivenes. La novelista seguía a pie en los malos pasos, llevando a sus hijos de la mano en este viaje de vagabundos.

Pero Buenos Aires, en medio de todos estos vaivenes, muestra la fuerza revolucionaria de que está dotada. Bolívar es todo; Venezuela es la peana de aquella colosal figura; Buenos Aires es una ciudad entera de revolucionarios; Belgrano, Rondeau, San Martín, Alvear y los cien generales que mandan sus ejércitos son sus instrumentos, sus brazos, no su cabeza ni su cuerpo.

Castita Moreno, aquella presumida amiga de Barbarita en la escuela de la calle Imperial, había nacido en los Morenos ricos y fue a parar, con los vaivenes de la vida, a los Morenos pobres. Se casó con un farmacéutico de la interminable familia de los Samaniegos, que también tienen su puesto aquí.

Rudos vaivenes de fortuna le habían hecho pasar de una abundancia absurda á una miseria de vagabundo. Pero evitaba hablar de sus aventuras en otros países y sus relatos eran siempre sobre la vida que había llevado en Patagonia. No podía olvidar un horrible sed sufrida en aquella altiplanicie que empezaba al borde de la cortadura del río Negro, extendiéndose hasta el estrecho de Magallanes.

Ante el paso del gigante huían las gentes dando gritos. Sus pies sólo encontraban un desierto repentino, mientras á sus espaldas se iba levantando un bullicio enorme, pues el público se arremolinaba para seguirle entre vaivenes de audacia y de pavor. Aquella cárcel estaba guardada por una tropa numerosa, compuesta de mujeres flecheras y hombres barbudos de la policía montada.

En el centro, y cerca del diván, se levantaba una mesa servida con gusto y riqueza exquisitos; pero en lugar de ser sostenida sólo por las patas, cuatro ligeras cadenas la ataban al suelo, para librarla de los vaivenes.