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Actualizado: 27 de junio de 2025
Las corrientes del mundo me arrebataron y luché con ellas con suerte varia; ninguna ¡ay! volvió a traerme hasta los montes nativos, y cuando un día después de muchos años volví a ellos, ya no guardaban sino restos miserables, escapados al hacha del montaraz; y del pobre rancho y de la familia que lo ocupó, ni el recuerdo siquiera. ¿Qué fue de los míos?
Pedí al ama que me hiciese una taza de tila... En cuanto quedamos solos, sin mediar palabra alguna se arrojó sobre mí, cubriéndome la cara de besos, apretándome con tal fuerza que pensé morir... Aturdida y horrorizada, lancé algunos gritos, pero él los sofocó poniéndome la mano en la boca... Luché con desesperación, y Dios me dio fuerzas para desprenderme de sus brazos y saltar de la cama... Pero apenas había puesto los pies en el suelo, me encontré otra vez sujeta y con la boca tapada... Forcejeamos un rato, pero aquella lucha no podía durar mucho tiempo... Al fin, perdí el sentido...
Siempre que luche en peligrosa lid, Siempre que llore mi alma dolorida, Al recordar mi adiós de despedida, ¡Te acordarás de mí! Y en retorno de amor y fe sincera, Jamás sin tu recuerdo he de vivir. Tuya será mi lágrima postrera... ¡Hasta que muera, Madre; hasta que muera Me acordaré de ti!
Pero por más esfuerzos que hago, no acierto a revestir de una forma imaginaria ese concepto supremo, objeto de un afecto superiorísimo, para que luche con la imagen, con el recuerdo de la beldad caduca y efímera que de continuo me atosiga.
En las mil alternativas y vicisitudes de mi vida, bajé, subí, caí y levanteme; creí tocar con mis manos fatigadas el fondo de aquel mar de la borrascosa desventura, donde transcurrió mi niñez, y fuerzas ignoradas me sacaron de nuevo a la superficie; luché y padecí, deseé la muerte y amé la vida; grandes vaivenes y sacudidas experimenté; pero cuando subía, y bajaba, y luchaba, y vivía, y moría, jamás dejé de percibir aquella luz, encendida ante la desgracia, lejana estrella a quien consideraba como expresión de lo divino y sobrenatural que hay en la existencia.
En vano me empeñé en transmitir al papel las impresiones que en mí produjo aquella carta; en vano luché por expresar la emoción de mi alma hondamente conmovida, la emoción sublime que señoreada de mi espíritu anudaba mi lengua, humedecía mis ojos y paralizaba mi pensamiento. Desalentado, rendido de cansancio, me tendí en el lecho.
Durante algunos minutos luché con todas mis fuerzas para conseguir mantener sobre la superficie la cabeza de la pobre niña inconsciente, sin embargo, era tan poderosa la corriente, con sus masas de hielo flotante, que toda resistencia parecía imposible, y ambos fuimos arrastrados cierta distancia río abajo, hasta que al fin, llamando en mi auxilio mis últimas fuerzas, conseguí salir del peligro con mi insensible carga y llegar a un banco de arena, donde pude sosteniendo una fiera lucha, saltar a tierra y arrastrar a la pobre niña sobre la orilla helada.
Y esa verdad sus alas me ha prestado, á su cielo de luz me ha conducido, y ora desesperado, ora preocupado ó divertido, al ver el hombre desde allí he llorado, y volviendo á mirarle, me he reido. Envidia ó egoismo; ese es el hombre por más que luche en disfrazar su anhelo con un hermoso nombre.
No hay que perder el socio, sino avenirse con él, aunque la sociedad luche con algunos tropiezos. Allanémoslos, en vez de aumentarlos; que al quitar los nuestros, también él si no es una mala persona quitará los suyos, despejando así el camino de la dicha. Vivir es ya un milagro; no depende de nuestra voluntad, sino de la Providencia. Saber vivir depende de nosotros mismos.
Y a la noche tercera luché todavía; me había engañado; el premio me costó batalla nueva, y sólo pude recogerlo entre molestias sin cuento, por culpa del maíz deleznable, curioso, importuno, entremetido. Ramona, ya rendida, se quejaba también.
Palabra del Dia
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