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Pero le vio entre los primeros disparates del ensueño, vestido de toga y birrete, con una espada en la mano. Era la espada de Perales en el Tenorio, de enormes gavilanes. Anita no recordaba haber soñado aquella noche con don Álvaro. Durmió profundamente. Al despertar, cerca de las diez, vio a su lado a Petra, la doncella rubia y taimada, que sonreía discretamente.

Alejandro vistió su uniforme de «Tenorio», color blanco y celeste, con gorra de oficial de marina, espléndido specimen de mojiganga criolla; se echó al bolsillo el triángulo, su instrumento oficial en la comparsa de los «Tenorios» y esperó a Graciana acurrucado debajo de la escalera, completamente a obscuras en el acto de la evasión de los dos danzantes fugitivos.

Iremos a todas partes y, si me apuras, le mando a Paco o al mismísimo Mesía, el Tenorio, el simpático Tenorio, que te enamoren.

Hablaba con el desgarro peculiar a la chula de Madrid, acentuando cada sílaba de un modo tan insolente que D. Laureano, avergonzado, no pudo menos de salir por su dignidad. ¡Niña, niña, cuidado con la lengua! Mira que te puede costar un disgusto. ¿A ? ¡Ja, ja! ¡Qué infeliz eres! ¡A ti, , desvergonzada! profirió colérico el tenorio avanzando hacia ella con ademán amenazador.

Fausto, Margarita y Mefistófeles, y Werther y Carlota, en la literatura alemana, y sólo D. Quijote, Sancho, Dulcinea y D. Juan Tenorio, en la española, son los personajes que por la notoriedad, la fama, y el fulgor glorioso, pueden compararse a los personajes de Shakspeare, en las otras literaturas europeas.

Y corrió a abrir la escalera de Tenorio, que ponía en comunicación las Claverías con el claustro bajo. El cadete se alarmó ante la inesperada proximidad de su tío. No quería que le encontrase allí: temía el carácter del cardenal; y huyó hacia la escalera de la torre. Se marchaba a los toros; sacrificaba a la novia antes que encontrarse con don Sebastián.

Se ha murmurado, se ha dicho que las hijas de confesión del Magistral no deben de temer su manga estrecha cuando asisten al Don Juan Tenorio, en vez de rezar por los difuntos. ¿Se ha hablado de eso? ¡Bah! En San Vicente, en casa de doña Petronila que ha defendido a usted y hasta en la catedral. El señor Mourelo dudaba de la piedad de doña Ana Ozores de Quintanar....

En cambio, al poeta, que era muy entrometido, que desde luego trató con la mayor confianza a las dos hermanas, que se acercaba muchísimo para hablar con ellas, así por mala educación como por ser algo corto de vista, y que echó a Beatriz en verso y en prosa una infinidad de piropos, don Braulio le tomó tirria y le miró como a un Don Juan Tenorio menesteroso y de tercera o cuarta clase.

Ni el Tenorio de suburbio que no se modifica; que se viste hoy como ayer, con abalorios de altar mayor y prendas de precio fijo; sano, insulso, inofensivo, olvidado por los buenos y mortificado por los que todavía creen que es de buen tono zaherir o burlarse de los inocentes.

Al mismo tiempo, como tratase de quitárselo para que ella no se molestase, sus dedos se rozaron, y aun puede decirse, sin faltar a la verdad, que los del general oprimieron suave y rápidamente los de la dama. ¡Reconciliarse! dijo ésta en voz natural . Para eso es necesario antes estar enfadados y, a Dios gracias, nosotros no lo estamos. El viejo tenorio no se atrevió a replicar.