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Lo menos había media legua desde la puerta al altar... Y mientras más andaba, más lejos, más lejos... Llegó por fin y subió los dos, tres, cuatro escalones, y le causaba tanta extrañeza verse en aquel sitio mirando de cerca la mesa aquella cubierta con finísimo y albo lienzo, que un rato estuvo sin poder dar el último paso.

Hablemos al General en Jefe..., preguntemos a esos soldados... Digan ustedes, héroes de este día, que se anotará en los fastos de la Historia con piedra blanca, albo notanda lapillo; oigan ustedes: ¿han visto por casualidad a D. Diego? Y así iba preguntando a todos, sin que nadie le diese razón. Vino la noche.

Las clavellinas que de ingente roca nacen en la hendidura, envidian los perfumes de su boca, y el marfil de sus dientes la blancura. De su albo cuello en el contorno vago algo incorpóreo, inmaterial se extiende... ¡Es el cisne del lago! ¡Es la paloma que el espacio hiende!

Muchas gorras habían quedado abandonadas en las perchas del antecomedor. Las cabezas erguíanse descubiertas sobre el albo triángulo de las pecheras, brillando al pasar junto a los reverberos con reflejos de laca negra. Ni el más leve soplo de brisa desordenaba la armonía de los peinados femeninos.

Le diría a mi madre: ¡Madre mía, pon tu albo traje, alégrate sin tasa; ya tenemos los dos, de noche y día, Un milagro de Dios en nuestra casa! Dios ha puesto en el arco de tus cejas la excelsitud de un arco-iris santo, igual que pongo un borbotón de canto en una lira de cadencias viejas.

Angustias se arrojó a los pies de don Guillén. Se abrazaba con ellos, escorzando, el cuello dúctil y albo; se los regaba de lágrimas; se los enjutaba con la cabellera copiosa y cobriza. Y se reprodujo la imagen emotiva que con línea ingenua y tintas translúcidas bosquejaron los santos melodas del Breviario.

La casa de Azorín tiene una fachada pequeña, jaharrada de albo yeso, con dos ventanas diminutas. Desde la esquina se divisa abajo, al final de la calleja, el boscaje de un huerto, una palmera que arquea blanda sus ramas, una colina que se perfila sobre el azul luminoso del cielo.

Cuando caían al suelo desgajándose en agua, veíase la segunda capa, menos sombría y más ligera, que era la que desafiaba en rapidez al viento que la desgarraba, descubriéndose por sus aberturas otras nubes más altas y más blancas que corrían aún más deprisa, como si temiesen mancillar su albo ropaje al rozarse con las otras.

Sobre las otras mesas, como hijas vistosas que en la frescura de su juventud no temen la bizarría de lo llamativo, lucían el verde y ámbar brasileños, de un tono igual al de los frutos tropicales; el sol majestuoso y las barras de la ribera uruguaya; el aleteo primaveral albo y celeste del pabellón argentino; la blanca estrella chilena sobre un cielo de intenso azul, y la gran constelación de la América del Norte amontonando en el arranque del rojo septagrama su rebaño de asteroides.