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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Mis ojos, ¿que he de gozaros Y en estos brazos teneros? Ea, loco estoy del todo. Celindo, ésta toma, ten; Y tú estas joyas también: Vuestro soy y vuestro es todo. Dame una marlota rica, Llena de aljófar y perlas, Que ha de verme y ha de verlas Quien al sol su lumbre aplica. Dame un hermoso alquicel O bordado capellar, Y también me puedes dar Alguna banda con él.
Doña Bernarda sentíase orgullosa al contemplar a su Rafael, alto, las manos finas y fuertes, los ojos grandes, aguileña la nariz, la barba rizada y cierta gracia ondulante y perezosa en su cuerpo que le daba el aspecto de uno de esos jóvenes árabes de blanco alquicel y ricas babuchas que forman la aristocracia indígena en las colonias de Africa.
«¡Valencia, Valencia, Valencia! Tus muros son ruinas; tus jardines cementerios, tus hijos esclavos del cristiano»... gemía el poeta cubriéndose los ojos con el alquicel.
Se perdían bajo las puertas, con una tiesura sacerdotal, los graves jinetes moriscos, arrastrando el albo alquicel anudado á la cabeza como una bola de nítida blancura, ó el manto purpúreo de aguda capucha, que les daba el aspecto de barbudos frailes rojos.
Palabra del Dia
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