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Actualizado: 3 de junio de 2025
24 Porque él mira hasta los fines de la tierra, y ve debajo de todo el cielo. 25 Haciendo peso al viento, y poniendo las aguas por medida; 26 cuando él hizo ley a la lluvia, y camino al relámpago de los truenos. 27 Entonces la vio él, y la tasó; la preparó y también la inquirió. 28 Y dijo al hombre: He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal la inteligencia.
Nosotros también vamos, qué diablo, pero no se nos ha ocurrido vestirnos como usted... Es que yo no voy solo contestó mi tío. ¡Cómo! ¿persigue alguna aventura entre telones? preguntó don Benito con sorna. No... déjense de bromas, acompaño a la familia de Montifiori, a Blanca... ¿Usted? inquirió don Benito, apuntándole con el dedo. Sí, yo, ¿qué tiene de extraño?
Domingo inquirió minuciosamente si algunos instrumentos de labranza de nueva aplicación habían dado los resultados que se esperaba; después dio sus órdenes para el día siguiente; las multiplicó, sobre todo, con referencia a las semillas, y comprendí que no todo el grano cuya distribución señalaba, estaba destinado a sus propios campos: había mucho perdido, adelantos que hacía o limosnas.
Cabildo al balcon principal, y el caballero Síndico Procurador general, viendo congregado un corto número de gentes con respecto al que se esperaba, inquirió que ¿donde estaba el pueblo?
Me inquirió con cierta dureza por el motivo de aquel inesperado desmayo de Mabel, pero yo le contesté sencillamente que había sido una descomposición repentina, y que la atribuía al calor sofocante de la habitación.
Señora contestó don Benito, el duelo ha concluido y la vida comienza de nuevo. Pero usted dijo Blanca, con ironía, sobrino carnal, y en Palermo, el mismo día del entierro; ¡qué escándalo! Sobrino carnal, no; político, sí... no hay inconveniente. Y ese pobre tío, ese señor don Ramón, ¿cómo estará de triste y desolado? inquirió Fernanda.
Vio entrar en él a su amigo, a su De Pas, a quien sonrió cariñosa, con la dulzura que a él le entraba por las entrañas como si fuera fuego; el Magistral no sonrió, pero su mirada fue intensa; duró muy poco, pero dijo muchas cosas, acusó, se quejó, inquirió, perdonó, agradeció... Y pasó don Fermín. Entró en el coro y se fue a su rincón.
Uno de sus desahogos favoritos era encresparse la melena blanca, que debiera ser albo nimbo de su ancianidad. Con la voz temblequeante de despecho, inquirió: Y ¿le has ofrecido mi hija?... ¡Mi hija despreciada por ese advenedizo, un hijo de mala madre, ladrón, asesino!... Carmen cerró los ojos, se tapó los oídos, se encogió en su silla pequeña, toda confundida y horrorizada.
Así se hará se apresuraron a decir, a una, marido y mujer. Prosiguió solo don Restituto : Es usted un pozo de ciencia y un santo varón. ¿Y le sigue armando caramillos la Juana a Belarmino? inquirió doña Basilisa. Ya no. La procesión andará por dentro; se repudrirá, dejará escapar una que otra pulla; pero, en general, se comprime.
No quise enseñar esta carta al señor Fernández, ni hablé de ella; pero Gabriela que me vió pensativo y triste inquirió la causa de mi abatimiento, y yo le conté todo. ¡Pues dígaselo usted a papá! Me negué a ello. No era necesario. Más tarde sería preciso ir, cuando la situación fuese verdaderamente grave. Así las cosas llegó el Miércoles Santo.
Palabra del Dia
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