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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Me apieta la servilleta concluye por exclamar en tono lastimero la niña que se sienta al lado de la institutriz. Es una hermosa criatura de cinco años á lo sumo, con rostro trigueño y cabellos negros ensortijados, que caen en profusión sobre el cuello y la frente. La institutriz, sin despegar los labios, lleva sus manos al cuello de la niña y afloja la servilleta.

Pero no debió ser grande el desahogo, porque la criatura tornó á llevar sus diminutas manos á la garganta, gritando con más ansiedad: Me apieta, mamá, me apieta. No es sierto exclama la institutriz; la servilleta está bien puesta. No sea usted mimosa, señorita, ó la enserraremos mientras se come.

El conde levanta la cabeza con impaciencia y cambia una rápida mirada con la institutriz. ¡Me apieta, me apieta!... La institutriz arranca la servilleta, baja á la niña de la silla, la arrastra hacia una habitación contigua, abre la puerta y la empuja hacia lo interior, cerrando después. Y tranquilamente vuelve hacia la mesa y se sienta.

La voz de la institutriz, irritada en aquel momento, no dejaba de tener inflexiones dulces, aunque extrañas. Su acento era marcadamente extranjero. Me apieta, mamá, me apieta, repitió á grito pelado la niña, con creciente angustia. Cállese usted, mimosa, exclama el aya, cogiéndola por el brazo y sacudiéndola fuertemente.

Palabra del Dia

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