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Actualizado: 19 de julio de 2025
D. Pedro del Congosto, aprende de él; mírate en el espejo de su respetuosidad, de su severidad, de su aplomo, de su impasible y jamás turbado platonismo; observa cómo enfrena sus pasiones; como enfría el ardor de los pensamientos con la estudiada urbanidad de las palabras; cómo reconcentra en la idea su afición y pone freno a las manos y mordaza a la lengua y cadenas al corazón que quiere saltársele del pecho.
Trae Byron, en el Don Juan, una jocosa diatriba contra Platón, echándole la culpa de las pecaminosas relaciones de su héroe con doña Julia. Yo mismo, aunque disto mucho de ir tan lejos como Byron en la malicia anti-platónica, me pasmo y veo con más incredulidad que fe los anchos límites que pone, verbi gracia, el conde Baltasar Castiglione al platonismo puro.
La reputación de doña Beatriz quedó así más lastimada que el cuerpo de Arturo, de resulta del lance que tuvo con él el caballeroso Conde de Alhedín, inhábil, por la persuasión y por la violencia, para convencer a nadie de su platonismo.
Como el platonismo, en punto a terrenales afectos, no es eterno, llegó un día en que el galán, cansado de conversar con las estrellas en la soledad de sus noches, se espontaneó con la madre, y ésta, que había aprendido a estimar al español, le dijo: Mi Carmen te llevará en dote una riqueza digna de la descendiente de emperadores.
Por desgracia, los sevillanos no se contentan con el poético platonismo de la «reja». Sevilla, como gran ciudad y puerto comercial, y como tesoro de primores de arte y de placer, atrae singularmente, sobre todo en la Semana Santa y la primavera, no solo á muchos extranjeros sino también á los españoles de otras provincias.
Era el devoto afecto que se filtra y se cuela a menudo en el virtuoso corazón de los ancianos: amor sin deseo y sin vicio; lo que hasta llamándose platonismo escandalizaría al mismo que lo siente; Lo que es tan sutil, tan etéreo y tan limpio como aquel semidivino sentir que describe y pinta con rasgos luminosos el conde Baltasar Castiglione en las últimas áureas páginas de su Cortesano.
Te lo confesaré todo: cuando Petronila me deja sola, incurro en una puerilidad que no sé decidir si es inocente o viciosa. Sólo sé que es acto meramente contemplativo; que es desinteresada admiración de la belleza; No es grosería sensual, sino platonismo estético lo que hago. Imito a Narciso; y sobre el haz fría del espejo aplico los labios y beso mi imagen.
Los amores de Novillo y la Quemada, o, como le decían en Pilares, la Consumida, habían llegado a ser a manera de rasgo típico o suceso rutinario y familiar en la vida de la calle y de la población entera. Databan los amores desde más de dos lustros; los habían iniciado estando los dos muy corridos en años, y no habían trascendido del estadio del más puro romanticismo, platonismo e inefabilidad.
El amor platónico es la falsa resignación de los que no pueden besarse. Cuando una mujer y un hombre se han devorado a caricias, ya no hay platonismo posible. ¿Volver a las andadas? ¿Para qué? ¿Para cansarse al cabo de un par de meses, sentir el mismo hastío de la vez primera, y portarse de nuevo como un charrán?
Esto sí que es platonismo, me digo entonces. Esto es el amor de la hermosura por la hermosura: la expresión del cariño y del afecto hacia lo que Dios hizo manifestada en un beso candoroso que en el vano e incorpóreo reflejo se estampa. Ya ves tú que te hablo hasta de mi sencilla fatuidad y que te declaro todas mis venturas.
Palabra del Dia
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