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Corretear como dos bohemios por los innumerables pueblecillos blancos de la ribera del golfo; besarse en pleno mar entre las barcas pescadoras, de las que salen romanzas apasionadas; pasar la noche al aire libre, abrazados sobre la arena, oyendo a lo lejos la risa de perlas de las mandolinas como aquella noche escuchaban al ruiseñor... ¡Dios mío! ¡qué hermoso!

Sus voces eran gemidos; pero no lloraron, no se atrevieron a besarse, a estrecharse las manos en presencia del mediquillo burlón y de aquellos enfermos que les miraban fijamente. Ella se alejó por un corredor obscuro, precedida por el médico. Su paso vacilaba... pero no quiso volver el rostro atrás, como si temiese perder toda su firmeza.

El amor platónico es la falsa resignación de los que no pueden besarse. Cuando una mujer y un hombre se han devorado a caricias, ya no hay platonismo posible. ¿Volver a las andadas? ¿Para qué? ¿Para cansarse al cabo de un par de meses, sentir el mismo hastío de la vez primera, y portarse de nuevo como un charrán?

Arremetía como un león irritado, pero salíale al encuentro un tapaboca de la zapatilla de la espada del licenciado, que en mitad de su furia le detenía, y se la hacía besar como si fuera reliquia, aunque no con tanta devoción como las reliquias deben y suelen besarse.

Los enamorados, al verse protegidos por esta muralla de carne y de lienzo, sin miedo ya á la curiosidad del cortejo universitario, corrieron el uno hacia el otro. El hombre echó atrás sus velos femeniles. Efectivamente, era Ra-Ra. Los dos se abrazaron y empezaron á besarse, sin prestar atención al grupo de atletas, que presenciaban sus arrebatos con impasible estupidez.

¡Qué embriaguez de pasión en su acento febril! ¡Cómo se buscan sus voces! ¡parece que quisieran besarse! En la orilla del torrente crecen los sauces, En los valles se extiende la nieve; Querida niña, tenemos que separarnos... Parto para la guerra, voy a afrontar la muerte... La separación, amada mía, es cruel... Sus voces se pierden en un murmullo trémulo.

Habíase acostumbrado a respetar, en virtud de un sentimentalismo contagioso, al Dios crucificado; sabía que aquello debía besarse; sabía además algunas oraciones aprendidas de rutina; sabía que todo aquello que no se poseía debía pedirse a Dios; pero nada más. El horrible abandono en que había estado su inteligencia hasta el tiempo de su amistad con el señorito de Penáguilas era causa de esto.

Comenzaron por besarse según costumbre, después de lo cual, anticipándose Beatriz a la vizcondesa, le habló en estas palabras: ¡Es singular! Cuando anoche recibí tu billete iba yo a escribirte rogándote que vinieras hoy a verme... tengo que pedirte un favor... ¿Un favor? repitió la señora de Aymaret sentándose a su lado.

Calla la naturaleza que, tambien del dia madre, enmudece en la agonía de la moribunda tarde. Y el religioso silencio del triste y supremo instante, deja inmóviles y mudas á las hojas de los árboles, que, embebecidas, esperan que la noche les ampare, ó vuelva á lucir el dia para volver á besarse.