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Largo tiempo estuvo Fray Baltasar entregado a su honda pena y olvidado por completo de la regla monacal; de pronto, suave claridad pareció iluminar su mente, y postrándose de hinojos exclamó: ¡Oh, raza pigmea y miserable de mortales! ¿No has comprendido, pecador Baltasar, que si Dios te ha privado de tu arte, ha sido únicamente porque te recreabas en admirar tu obra y enorgullecerte de ella? ¡Oh, vanidad de vanidades!

Hoy se casan los pajaritos murmuró Baltasar después de un breve instante de silencio. Día de la Candelaria.... Hoy se casan repitió ella con turbada voz, sintiendo en la palma de la mano el calor de la diestra de Baltasar, que amorosamente la oprimía.

Pocas veces comía en la fonda don Pompeyo, y como sus relaciones con los poderosos de la tierra eran muy poco íntimas, casi nunca veía una mesa bien puesta. Así le parecía digno de Baltasar aquel vulgarísimo aparato de restaurant provinciano.

P.D. Hernando Pantoja prior de las Cuevas, testamentario que dijo ser del Excmo. señor don Pedro Afán de Ribera, Duque de Alcalá, Marqués de Tarifa, Conde de los Molares, Adelantado Mayor de Andalucía y Visorey y Capitán General del Reyno de Nápoles, difunto y estando presente Baltasar de Torres mayordomo que había sido del dho. Duque y uno de los albaceas testamentarios del dho.

¡Pero si don Rodrigo Calderón no pasa de ser el humilde secretario del duque de Lerma!... Don Rodrigo lo es todo. Sólo tiene un rival... rival que con el tiempo le matará, si don Rodrigo no le mata antes á él. ¿Y quién es ese rival? Don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, caballerizo mayor del rey y sobrino de don Baltasar de Zúñiga, ayo del príncipe don Felipe.

La pobre Tribuna, tan intrépida cuando peroraba, se halló del todo cortada y recelosa, y creyó sentir que le anudaban la garganta con un dogal. Esperó en vano una expansión, una caricia dulce y apasionada, que no vino. Baltasar se callaba cosas muy buenas, y seguía taciturno.

Para colmo de aburrimiento, reparó Baltasar que, al paso que él aspiraba a ocultar diestramente su aventura, Amparo, que ya tenía puesta toda su esperanza en las falaces palabras y en el compromiso creado por el mancebo, se desvivía porque los viesen juntos, porque la publicidad remachase el clavo con que imaginaba haberle fijado para siempre.

Mire usted que yo bien lo que pasa por el mundo... mucho de hablar, y de hablar, pero después.... Baltasar cogió una mano que trascendía a fresas. Mi honor, don Baltasar, es como el de cualquiera, ¿sabe usted? Soy una hija del pueblo; pero tengo mi altivez... por lo mismo.... Conque... ya puede usted comprenderme. La sociedá se opone a que usted me la mano de esposo.

Duró este inventario minucioso algún tiempo, al cabo del cual, Baltasar, habiendo aprendido de memoria estas y otras particularidades, y hablado con la Tribuna de todo lo que se podía hablar con ella, empezó a encontrar más largas las horas.

El cura volvió á mirar á Octavio, sonriendo esta vez maliciosamente, y prosiguió: Don Baltasar es una buena persona... todo un caballero... muy cumplido en sus tratos... ¡y un padrazo, señor conde, un padrazo!... El conde alzó la cabeza y dirigió una larga mirada á Octavio. Los demás interlocutores también volvieron hacia él la vista.