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Actualizado: 3 de mayo de 2025
La extensión de su guinda, eslora y puntal era proporcionada, no así su manga que era mucha, lo que nos hizo presagiar que sus balances habían de ser muy sensibles. La María Rosario estaba lista para darse á la vela con rumbo á las islas Marianas. A las ocho de la mañana pisamos la meseta del portalón de babor, recibiéndonos los ladridos del perro más gordo que jamás hemos visto.
Imagínese que usted no es don Adrián Pérez, sino don Alejandro Bermúdez; que siendo don Alejandro Bermúdez, tiene una hija exactamente igual a la que tengo yo: vamos, que Nieves es hija de usted; que usted se ha consagrado en cuerpo y alma al cuidado y a la educación de esa hija; que desde que su hija era niña, trae usted formados y acariciados ciertos planes que, una vez realizados, han de hacer su felicidad, la felicidad de esa hija por todos los días de su vida; que está usted en la cuenta, por señales que parecen infalibles, de que su hija consiente y aprueba y hasta acaricia los mismos planes que usted; que en esta inteligencia, y para afirmarlos y asegurarlos mejor, de la noche a la mañana, y de mutuo y entusiástico acuerdo, dejan ustedes su residencia de Sevilla, y se plantan, llenas las cabezas de ilusiones, en este solar de Peleches; que limita usted su trato de intimidad aquí a tres personas, muy estimadas, muy queridas de usted: de esas tres personas, una soy yo, don Adrián Pérez, y la otra, mi hijo, Leto de nombre; usted continúa abriéndonos su casa y recibiéndonos en ella con la mayor cordialidad; y nosotros correspondiendo a ese afecto con otro tan hidalgo como él, e independientemente de todo esto, usted, Alejandro Bermúdez, llevando adelante y por sus pasos contados, el plan consabido; que se deja usted correr así tan guapamente, tranquilo y descuidado, y que un día, con motivo de un suceso muy relacionado con ese plan, descubre usted que se le han llevado los demonios, encarnados para ello en su hija de usted y en mi hijo; o si lo quiere más claro aún, en Nieves y en Leto... ¿Me va usted comprendiendo mejor ahora, señor don Adrián?
»Siguiendo nuestra excursión, diremos que salimos de Malaban con el Datto Amirol, una de sus mujeres, algunas doncellas y unos 30 principales moros de su ranchería; fondeamos en Lalabuan, saltando á tierra y recibiéndonos el Sultán Adil con muestras de aprecio, habiendo izado la bandera española en lo alto de su casa, y nos ha jurado que desea intimar con los españoles, y así se lo hemos también prometido, haciéndole presente que los españoles desean la buena amistad con todos y el adelanto de estos pueblos.
Palabra del Dia
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