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Sin embargo, todos se apresuraron a defender a Emilita y a protestar de la pureza y la perfecta inocencia de tales juegos. El argumento que más se repetía, y el que a todos les parecía incontrastable, era que, no habiendo malicia, aquello no valía nada, porque lo importante en estos asuntos es la intención. El beso ¿ha sido dado con intención? decía uno de los pollastres más dialécticos. ¿No?

Don Manuel no era ningún lince, pero afiliado platónicamente desde muchos años atrás al partido moderado puro, hecho a leer periódicos, conocía la rutina; y había tomado tan a contrapelo el chasco de González Bravo y la marcha de Isabel II, que se disparaba, poniéndose a dos dedos de ahogarse, cuando el sobrino, por molestarle, le contradecía, disculpaba a los revolucionarios, repetía las enormidades que la prensa y las lenguas de entonces propalaban contra la majestad caída, y aparentaba creerlas como artículo de fe.

El Magistral excusaba palabras, pero no las que aclaraban su proyecto. «¿Qué iba a hacer Petra para poner a la vista del estúpido Quintanar aquella vergüenza? ¿Revelaciones? no podían hacérsele. ¿Anónimos? eran expuestos...». «¡Qué! no señor, nada de eso; ha de verlo él», repetía Petra, olvidada de sus fingimientos, con placer de artista.

¡Precioso, precioso! repetía el Duque con su acento arrastrado, enfilando el monocle principalmente a las giraldillas. El duque de Tornos decía una verdad. Pocos espectáculos tan bellos y risueños podían ofrecerse en paraje alguno de la tierra. La romería, antes de morir, se agitaba con un frenesí de alegría ruidosa.

Todos prestamos oído, y con infinita admiración oímos que el coro de ¡Magdalena! se repetía a la otra parte de la pared, juntamente con el final e infame grito del hibernés. ¡Extraordinario eco! dijo el juez. ¡Extraordinario y remaldito! exclamó el conductor, con desprecio. Sal ya de ahí, Magdalena, y muéstrate en persona de una vez. humana.

Se ponía fastidioso al tocar este punto; repetía la misma cosa infinitas veces, y á lo mejor empezaba á relatar un sueño que había tenido la noche anterior, del cual sueño se desprendía la imposibilidad absoluta de que él y Clara se pudieran separar.

Mas ¿qué quieres, Elisa, que te diga, si, aunque de mente inquieta, no soy, por mi desgracia, hermosa amiga, soltero ni poeta? Me sentía morir, y quise verla, darle mi maldicion; y... vino... y sus ojos, y... le dije... «¡Que te bendiga Dios!» «¡La amoyo me decia loco, embriagado en su recuerdo hermoso, y «¡la amorepetia. ¿Dónde se fué el ensueño venturoso que en su amor me forjé?

Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras, de tal modo, que el latido de mi pecho palpitante procurando dominar, «es, sin duda, un visitante repetía con instancia que a mi alcoba quiere entrar; un tardío visitante a las puertas de mi estancia... eso es todo, ¡y nada más

¡Imbéciles! ¡imbéciles repetía mentalmente el doctor.

Para llegar á tal grado de civilización era necesario que los lavianeses aunaran sus esfuerzos. Esto se repetía sin cesar en la Pola.