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Actualizado: 4 de junio de 2025


El Duque seguía enfilando su monocle a todos los rincones, presenciando los preparativos del desfile, con la curiosidad atenta de un inteligente en pintura. Al fin, reparando en el numeroso pelotón que por todas partes los estrechaba, dió orden de marchar, pero lentamente, al paso de los romeros. Quería ver todo aquello, no por hermoso, sino por nuevo.

Montifiori a su turno conversaba con el doctor de las Vueltas a propósito de un caballero de las provincias que había pasado atufado y sin saludar al grupo. Pero algo debe tener con usted, querido Montifiori, porque conmigo cultiva la más cordial amistad. En efecto decía un gallo viejo de monocle que formaba parte del grupo, Il a l'air bien farouche.

¡Precioso, precioso! repetía el Duque con su acento arrastrado, enfilando el monocle principalmente a las giraldillas. El duque de Tornos decía una verdad. Pocos espectáculos tan bellos y risueños podían ofrecerse en paraje alguno de la tierra. La romería, antes de morir, se agitaba con un frenesí de alegría ruidosa.

Todas las niñas que en Sarrió hay la bienvenida le van a dar. Y desde entonces, como si aquélla fuese la señal, no cesaron de requebrar en sus cánticos al magnate. El cual, dirigiendo el monocle unas veces a la derecha, otras a la izquierda, y sacudiendo la cabeza con benévola sonrisa, repetía por lo bajo: ¡Precioso, precioso! ¡Un tapiz de Teniers! ¡Un paisaje de Lorrain!

En uno de ellos traía un cristal o monocle hábilmente sujeto, que daba a su fisonomía un aspecto excesivamente impertinente y repulsivo. No gastaba barba, sino largo bigote con las puntas engomadas. Vestía con elegancia que no se ve jamás en provincia, esto es, con cierta originalidad caprichosa de los que no siguen las modas, sino que las imponen.

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