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Actualizado: 15 de julio de 2025
¡Che, tartanero... para! Y abalanzándose a la portezuela, la abrió con estrépito e invitó a subir a Tono, que retrocedía con asombro.
¡Al Hospital! El tartanero se hizo repetir dos veces la dirección, y como le recomendaban que no se diera prisa, dejó rodar perezosamente su carruaje por las calles de la ciudad. Oyó ruido detrás de él, gritos ahogados, choque de cuerpos, como si se rieran haciéndose cosquillas, y maldijo su perra suerte, que tan mal comenzaba el día.
Aquello le olía mal. ¡Bolsón, aún era tiempo! A bajar en seguida; a huir por entre los campos hasta ganar la sierra. Si nada iba con él, podía volver por la noche a casa. Sí, siñor Quico, sí decían las mujeres asustadas. Pero el siñor Quico se reía del miedo de aquellas gentes. Arrea, tartanero... arrea.
Cuando entró en el patio del Hospital, el tartanero saltó de su asiento, y acariciando su caballo esperó inútilmente que bajasen aquel par de borrachos. Fue a abrir, y vio que por el estribo de hierro se deslizaban hilos de sangre. ¡Socorro! ¡Socorro! gritó abriendo de un golpe. Entró la luz en el interior de la tartana. Sangre por todas partes.
Palabra del Dia
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