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Actualizado: 18 de octubre de 2025
Larga era la distancia a que de mi iba a ponerse, y o renunciaba el honorífico y encumbrado oficio que se le había dado, o descuidada me dejaba, estando entre ambos los mares. Había yo cumplido ya mis diez y ocho años, y enseñádome habían las buenas madres todo lo que enseñarme podían. Mis dos ancianas tías habían muerto la una tras la otra.
Buen día, querida mía dijo la señora Aubry, besando a la joven. ¿Veré hoy a tu madre? No, tía; mamá está con jaqueca, como siempre; pero Bertrán vendrá a buscarme. La puerta del salón se abrió. Dos señoras ancianas, vestidas de negro, entraron discretamente. Eran dos parientas de provincia, a quienes la señora Aubry acogió con afectuosa amabilidad.
Eran los pollos del cabildo, los canónigos jóvenes, que hacían con frecuencia viajes a Madrid para confesar a sus protectoras, ancianas marquesas, que en fuerza de influencias, les habían conquistado una silla en el coro. En la puerta del Mollete se detenían un instante para arreglarse los pliegues del manteo y lanzarse a la calle.
No es nuestro propósito escribir una historia completa de la Ciudad de Teruel, proponémonos sólo dar a conocer algunos apuntes tomados de los libros que hemos visto , y que por cierto no se ocupan mucho de nuestro asunto; y de los datos que nos han suministrado varias personas de las mas ancianas de la población.
Al fin, bien está lo hecho. ¿De qué me lamento en vano? ¡Traidor don Diego! ¡Á un anciano 815 Con una cruz en el pecho!... Así para quien se atreve Á las edades ancianas; Que es atreverse á unas canas Violar un templo de nieve. 820 Pero la mano piadosa Del cielo quiere que espante Á un Holofernes gigante Una Judit valerosa.
Comprende desde temprano que el sufrimiento y la pobreza son para Dios las más altas dignidades de esta vida; y visita de continuo los hospitales, entra en las covachas de los cholos y los indios, buscando las fiebres, las llagas, la lepra; asila en su oratorio a las ancianas que escarban las basuras de los muladares para buscar el sustento; cura con sus manos a bubosos y cancerosos abandonados por sus parientes.
En tanto me dí a pensar en que próximamente tendría yo que separarme de aquella casa para ir a ganar entre desconocidos y extraños un pedazo de pan. ¿Qué harían sin mí las pobres ancianas? ¿Qué harían si yo me iba?
¡Con qué alegría recibieron las buenas ancianas la carta de la joven! Cuando acabé la lectura estaban llorando. Quería yo estar solo, y corrí a mi cuarto.... ¿Decirles que tenía yo empleo en la hacienda de Santa Clara? ¡Quién pensaba en eso! La carta de Angelina decía así: «Rorró: Ya me imagino que estarás muy enojado conmigo porque no te escribí, luego, luego, como tú deseabas.
Dímelo a mi, niña manifestó con soberano hastío Cándida , que ayer y hoy no me han dejado vivir. Tomasa, la moza de cámara, vecina mía, fue la encargada de lavar a las tales doce ancianas pobres y cambiarles sus pingajos por los olorosos vestidos que se han puesto hoy. ¡Pobres mujeres!
Ocurrió un incidente cómico: el taller del desvenado quiso echar su cuarto a espadas, y organizó una comparsa numerosa; empeñáronse en formar parte de ella las más ancianas, las más infelices, y la mascarada se improvisó de la manera siguiente: envolviéndose todas por la cabeza los mantones, sin dejar asomar más que la nariz o una horrible careta de cartón, y colocándose en doble fila, haciendo de batidores cuatro que llevaban cogida por las esquinas una estera, en la cual reposaba, con los ojos cerrados, muy propia en su papel de difunta, la decana del taller, la respetable señora Porcona.
Palabra del Dia
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