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Su finura resultole afectada, como de personas ordinarias que se empeñan en no parecerlo. Las visitas le daban cumplida enhorabuena por su boda. En los ojos se les leía este pensamiento: «¡Vaya una ganga la de usted!». La señora de D. Basilio repitió la visita el segundo día. Iba vestida de pingajos de seda mal arreglados, queriendo aparentar.

Tipo contrario al de la Burlada era el de señá Casiana: alta, huesuda, flaca, si bien no se apreciaba fácilmente su delgadez por llevar, según dicho de la gente maliciosa, mucha y buena ropa debajo de los pingajos.

Todavía les causaba cierta ilusión el arrojo de los diestros, el valor de aquellos cuerpos esbeltos, nerviosos y ligeros que escapaban milagrosamente de entre las curvas astas; pero apenas comenzó la parte brutal del espectáculo y cayeron pesadamente como sacos de arena los infelices peleles forrados de amarillo, mientras el caballo escapaba, pisándose en su marcha los pingajos sangrientos como enormes chorizos, las jóvenes volvieron la cabeza con un gesto de asco y no quisieron mirar al redondel. ¿A qué iban allí?

Dímelo a mi, niña manifestó con soberano hastío Cándida , que ayer y hoy no me han dejado vivir. Tomasa, la moza de cámara, vecina mía, fue la encargada de lavar a las tales doce ancianas pobres y cambiarles sus pingajos por los olorosos vestidos que se han puesto hoy. ¡Pobres mujeres!

Al ponerse a tiro nuestro perseguidor, izó la bandera inglesa, y, sin más preámbulos, no soltó una andanada, que hizo caer sobre la cubierta de El Dragón una verdadera lluvia de pedazos de madera, de poleas y de cuerdas. Una de las velas se rajó en dos pedazos y cayó echa un montón de pingajos, con un trozo de astilla que dió en la cabeza a uno de nuestros hombres y lo dejó muerto.

Acogidas estas expresiones con absoluta incredulidad, y no sabiendo el lisiado qué oponer a ellas, pues toda su oratoria se le había consumido en el primer discurso, tomó la palabra el viejo Silverio, y dijo que ellos no se habían caído de ningún nido, y que bien a la vista estaba que la señora no era lo que parecía, sino una dama disfrazada que, con trazas y pingajos de mendiga de punto, se iba por aquellos sitios para desaminar la verdadera pobreza y remediarla.

Yo no sirvo para esto. No en qué estaba pensando mi hermana cuando se le ocurrió que yo podía meterme a comerciante... Para que usted se haga cargo... desde que estoy en esto, no he hecho más que perder dinero: pocos pagan, y yo no tengo genio para importunar... Así, cuanto más pronto salga de estos pingajos, mejor. Muchas señoras han venido, y se van llevando lo poco que me queda».

Los muchachos, agarrándose a los pingajos de la chaqueta del loco, gritaban: «¡Bastos! ¡Espadas! ¡CopasDe improviso el viejo se volvió, y levantado el cetro que llevaba, con aire digno, aunque irritado, exclamó: ¡Retiraos, raza maldita!... ¡Retiraos..., no me aturdáis más... o suelto contra vosotros mi jauría de dogos!

Como la pieza tiene balcón, único claro que hay en la fachada correspondiente, la del noroeste, se cuelan las invernadas por él lo mismo que si no vinieran a Peleches más que para eso. ¡Como está tan alto y tan descarado!... Nadie ha podido habitar en esta pieza jamás. Cuidado, repito, mucho cuidado donde se pisa... ¡Ea! ya está de par en par, digo, ya están separados estos pingajos de puerta.

Cuento contigo hoy como he contado siempre; cuento con tu economía, con tu docilidad y con tu buen sentido. Si hemos de salir adelante, conviene que en un año por lo menos no se gaste ni un real en pingajos. Veo que con lo que tienes podrás estar elegante por espacio de seis años lo menos.