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Todavía les causaba cierta ilusión el arrojo de los diestros, el valor de aquellos cuerpos esbeltos, nerviosos y ligeros que escapaban milagrosamente de entre las curvas astas; pero apenas comenzó la parte brutal del espectáculo y cayeron pesadamente como sacos de arena los infelices peleles forrados de amarillo, mientras el caballo escapaba, pisándose en su marcha los pingajos sangrientos como enormes chorizos, las jóvenes volvieron la cabeza con un gesto de asco y no quisieron mirar al redondel. ¿A qué iban allí?

Don Pedrito queda un momento suspenso en medio del camino, y siempre trémulo, mira cómo su caballo se huye al galope por una siembra, pisándose las bridas. ¿Por qué te detienes, mal hijo? Por ver si entre tanto misionero había alguno que fuese para alcanzarme el caballo. ¡Y te llamas lobo! Lobo seré si mi padre vuelve a levantar su brazo sobre mi cabeza.

Y otra voz silbada y misteriosa, la voz del viento en las ramas secas del plátano, le murmuraba con prolongado susurro: Sube, sube, sube. Subió. Al llegar al segundo peldaño tropezó pisándose el traje por delante, y sólo entonces echó de ver que su bata de merino negro, manchada por la asistencia, arrugada por las vigilias, era muy fea y de corte asaz descuidado.

Panderetas de las más abigarradas, abanicos y algunos cuadritos fueron llegando sucesivamente en todo el transcurso del día, y D. Manuel escogía y pagaba. Aquello le entretuvo agradablemente, y se reía pensando en la felicidad que iba a repartir entre sus amistades londonenses. «Esta suerte de picas con el caballo pisándose las tripas está pintiparada para las de Simpson, que son tan marimachos.

«¡Ya llega, ya llegamurmuraban los socios del Casino apiñados en los balcones, codeándose, pisándose, estrujándose, los músculos del cuello en tensión, por el afán de ver mejor el extraño espectáculo, de contemplar a su sabor a la dama hermosa, a la perla de Vetusta, rodeada de curas y monagos, a pie y descalza, vestida de nazareno, ni más ni menos que el señor Vinagre, el cruelísimo maestro de escuela.

La rociada de la batería oculta pasó á lo largo de la avenida, barriendo los vivos, destrozando por segunda vez á los muertos, matando los caballos, rompiendo las ruedas de las piezas, haciendo volar un armón con llamaradas de volcán, en cuyo fondo rojo y azulado saltaban cuerpos negros. Vió centenares de hombres caídos; vió caballos que corrían pisándose las tripas.