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Descendió como un mártir á la arena Atleta de la Paz y la Igualdad: Destrozando del hombre la cadena Dió consuelo á la triste humanidad. Con la osadía del apóstol fuerte De la verdad la antorcha reanimó, Y al caer en el abismo de la muerte Encendida á su borde la dejó. Muda el alma de asombro en tu presencia Cuando vibraba el arco palpitante, Con eco penetrante Sintió la cuerda armónica llorar.

La frondosidad era tan densa por algunos puntos, que era menester abrirse paso rompiendo y destrozando con la segur los enormes bejucos y demás plantas enredaderas que, formando festones y guirnaldas, pendían y se entrelazaban de unos árboles en otros.

No, no era un amigo recomendable... Pero ahora don Marcelo experimentaba un profundo trastorno en la apreciación de las ideas ajenas. ¡Había visto tanto!... Los procedimientos terroríficos de la invasión, la falta de escrúpulos de los jefes alemanes, la tranquilidad con que los submarinos echaban á pique buques pacíficos cargados de viajeros indefensos, las hazañas de los aviadores, que á dos mil metros de altura arrojaban bombas sobre las ciudades abiertas, destrozando mujeres y niños, le hacían recordar como sucesos sin importancia los atentados del terrorismo revolucionario que años antes provocaban su indignación.

Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y, con acelerada y nunca vista furia, comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán.

En vano lanzaban bombas, destrozando buhardillas y matando ó hiriendo viejos, mujeres y pequeños. «¡Ah, bandidosLa muchedumbre amenazaba con el puño al mosquito maligno, apenas visible á dos mil metros de altura, y después de este desahogo lo seguía con los ojos de calle en calle ó se inmovilizaba en las plazas para contemplar sus evoluciones. Un espectador de los más puntuales era Argensola.

Su habilidad en excitar la atención y de estrechar más y más el enredo de la fábula, es, sin duda, maravillosa; pero su inclinación á lo raro y extraordinario le hace inventar á veces enredos, que sólo pueden desatarse destrozando la acción principal.

Sus pies parecían avisarle el cataclismo que se desarrollaba debajo de ellos: la tromba líquida invadiendo con espumoso mugido el espacio entre la quilla y la cubierta, destrozando las mamparas metálicas, derribando los portones de seguridad, desordenando los objetos, arrastrándolo todo con la violencia de una inundación, con el mazazo de un dique que se rompe.

Se me figuró que todas las cosas daban vueltas á mi alrededor, y sentí dentro del pecho un frío particular, que nunca más volví á sentir. De repente me acuerdo que eché á correr como un loco por el monte abajo, sin saber adónde marchaba. Como no seguía la vereda, me iba destrozando los pies con la retama y las zarzas; pero no lo notaba. No veía nada.

Dentro del hotel la misma impresión de curiosidad y asombro. ¡Ah, miserable! ¡Cuántas veces, en los ensueños de su voluntad impotente, se había visto entrando en aquella casa como un marido de drama, el arma en la mano para matar a la esposa infiel, y destrozando después, como una fiera loca, los muebles costosos, los ricos cortinajes, las mullidas alfombras!

Aunque sea destrozando el corazón de otra... Qué importa... Es la lucha por la vida... Lucha horrible... Pero permitida. ¿Por qué, desgraciada?... Por el instinto de la dicha... ¿Es ésta, acaso, un monopolio de las jóvenes que tienen dote? ¿Somos tan felices?... Vuestra felicidad es insolente... ¡Ah! Francisca dije enternecida.