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Actualizado: 25 de julio de 2025


Aquella legión de diablos le rodeó, dando alaridos; un bastonazo le derribó la chistera tornasol, y empujón va, empujón viene, le dieron el gran manteo, entre risas y burlas. Como pelota, iba de un lado al otro, sudando, gesticulando, descompuesto. Quilito le arrancó uno de los faldones y lo izó en la punta de su bastón. ¡Basta, dejémosle! gritó Jacinto.

Detrás de los cristales brillaban unos ojuelos inquietos, muy negros y muy redondos. Terciaba el manteo a lo estudiante, solía poner los brazos en jarras, y si la conversación era de asunto teológico o canónico, extendía la mano derecha y formaba un anteojo con el dedo pulgar y el índice.

Esta niña, con sus ayunos y sus penitencias... dijo María de la Paz. ¿Quiere usted una taza de caldo? preguntó el clérigo; y se interrumpió antes de concluir, porque su hermana, con tanta presteza como disimulo, le tiró del manteo, indicándole la indiscreción de la oferta que acababa de hacer. Gracias, no es preciso: esto no es nada. Recójase usted temprano dijo la gorda.

El ánimo de aquellos honrados sacerdotes estaba gastado por el roce continuo de los cánticos canónicos, como la mayor parte de los roquetes, mucetas y capas de que se despojaban para recobrar el manteo. Se notaba en el cabildo de Vetusta lo que es ordinario en muchas corporaciones: algunos señores prebendados no se hablaban; otros no se saludaban siquiera.

Y a buen paso, con el manteo ondulante, abandonaban la iglesia cada uno por su lado, evitando formar grupos ni corrillos, atento cada cual a librarse de responsabilidades, a aparecer limpio de toda complicidad con los enemigos del prelado. El Tato reía de gozo viendo la dispersión y el azoramiento de los señores del coro. ¡Corred, corred! ¡Bueno os va a poner el cuerpo el tío...!

Y don Fermín se despojó del chaquetón pardo, dejó el sombrero de anchas alas, desciñó el cinto negro, guardó todas estas prendas, más el cuchillo, en el armario y se vistió la sotana y el manteo, como una armadura. «, aquella era su loriga, aquéllos sus arreos». «Ahora mismo; voy a verle ahora mismo.

He hecho el chocolate para todos, me he peinado y he peinado a mamá, te he compuesto un descosido en un manteo que había en tu cuarto; ¡Jesús, qué paño tan duro! he barrido el comedor y he bajado por la compra... Es decir, que aquí todo, absolutamente todo, es antes que Dios. De pronto, tomando un periódico que había encima de una silla, leyó el título: La Libertad Española.

Era Pep el de Can Mallorquí, lejano pariente del muerto, en esta isla donde todos se hallaban más o menos unidos por los cruces de la sangre. El vago parentesco, aunque le impulsaba a participar del dolor, no le había obligado a ponerse el jaique de las grandes solemnidades. Iba vestido de negro y se cubría con un manteo de ligera lana y un fieltro redondo, que le daban cierto aire eclesiástico.

¡Pues para este viaje no necesitábamos alforjas! gritó Contracayes, no menos furioso, volviéndose al consternado Peláez, que no había previsto aquel choque de dos malos genios. Pero, señores, calma... ¡Fuera de aquí, so tunante! gritó el Magistral terciando el manteo, descomponiéndose contra su costumbre... . ¡Desgraciado de ti! Date por perdido, mal clérigo....

Vargas Orozco permaneció todavía un instante con el mentón apoyado en el libro y los ojos fijos en el suelo. Su negra figura eclesiástica prestaba un aspecto fúnebre a la solitaria plazuela, donde el anochecer parecía tamizar un polvo fosco de herrumbre. La corriente de aire que llegaba por la calle de la «Vida y la Muerte», agitaba su manteo.

Palabra del Dia

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