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Actualizado: 25 de julio de 2025
Hablaba como un niño inquieto, sin querer sentarse por más que el silenciario, en cada una de sus evoluciones por la sala, le ofrecía una silla. Iba de un lado a otro con el manteo terciado y la teja en la mano, un pobre sombrero sin rastro de pelo, abollado, con una capa de grasa en las alas, mísero y viejo como la sotana y los zapatos.
La ciudad es un claustro encerrado entre barrancas; el paseo es un claustro con verjas de fierro; cada manzana tiene un claustro de monjas o frailes; la Universidad es un claustro en que todos llevan sotana o manteo; la legislación que se enseña, la Teología, toda la ciencia escolástica de la Edad Media, es un claustro en que se encierra y parapeta la inteligencia contra todo lo que salga del texto y del comentario.
Un animal sombrío igual, en opinión de Ferragut, á un alguacil del Santo Oficio iba por la parte alta de los estanques, pasando de vidrio en vidrio y reflejándose como un animal doble cuando llegaba á la superficie. Era la raya, de cabeza chata, ojos feroces y cola da látigo, moviendo el negro manteo de sus alas carnosas con una lentitud que rizaba los bordes.
Los dos pilletes se miraron estupefactos. ¿Quién era el osado? ¿Será Chiripa? preguntó Celedonio entre airado y temeroso. No; es un carca, ¿no oyes el manteo? Bismarck tenía razón; el roce de la tela con la piedra producía un rumor silbante, como el de una voz apagada que impusiera silencio.
Los estudiantes, con el manteo terciado, tricornio en mano y ondeante en la manga el lazo de la Facultad, corrían las calles como un rebaño loco, asediando a los transeúntes para sacarles el dinero en nombre de la caridad.
Esto le cayó muy en gracia, porque traía él una sotana con canas, de puro vieja, y con tantas cascarrias, que para enterrarse no era menester más de estregársela encima; el manteo, podíanse con él estercolar dos heredades.
Veía enfrente de sí la sotana tersa de pliegues escultóricos, rectos, simétricos, una sotana de medio tiempo, de rico castor delgado, y sobre ella flotaba el manteo de seda, abundante, de muchos pliegues y vuelos. Bismarck, detrás de la Wamba, no veía del canónigo más que los bajos y los admiraba. ¡Aquello era señorío! ¡Ni una mancha!
Terminadas las horas canónicas, el Magistral salió, se inclinó ante el Altar, se dirigió a la sacristía, y a poco volvió a verle la Regenta, sin roquete, muceta ni capa, con manteo y el sombrero en la mano. Otra vez se miraron. Ahora sonrieron los dos. Ana se levantó cinco minutos después.
«Pues lo que yo necesito ahora agregó Rubín terciándose el manteo sobre las piernas, y accionando como un hombre que necesita tener los brazos libres para una gran faena , es ver en usted señales claras de arrepentimiento y deseo de una vida regular y decente; lo que yo necesito ahora es leer en su interior, en su corazón de usted. Vamos allá. ¿Hace mucho tiempo que no se confiesa usted?».
El manteo apareció por escotillón; era el de don Fermín de Pas, Magistral de aquella santa iglesia catedral y provisor del Obispo. El delantero sintió escalofríos. Pensó: «¿Vendrá a pegarnos?».
Palabra del Dia
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