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La gente se apiñaba en torno suyo, le sitiaba su casa, pero él se obstinaba en guardar silencio. Con una aspereza, de que él sólo era capaz, mostraba la puerta a los preguntones importunos. El mismo día había echado al fuego la carta de Olga, pues temía que la justicia viniera a pedírsela. Por otra parte, la causa de la muerte era tan evidente, que se había podido renunciar a hacer la autopsia.

En su base se apiñaba una confusión de barracas, feria exótica, donde pululaba una multitud rumorosa, y la luz de las linternas oscilantes salpicaba el crepúsculo de vagas manchas sangrientas. Los toldos blancos parecían al pie del negro muro bandadas de mariposas inmóviles. Una gran tristeza se apoderó de mi alma.

Calles, plazas, balcones y azoteas estaban llenas de gente que se apiñaba y empujaba para coger buen sitio y ver pasar la procesión desde la puerta del pueblo hasta el punto en que León X debía recibirla. Era a fines de Marzo: una hermosa mañana de la naciente primavera. Rompían la marcha varios heraldos a caballo con los estandartes de Portugal.

La función de iglesia llegó pronto a su término. Los soldados de la guardia empezaron a abrir calle, a fin de que la regia comitiva pudiese pasar holgadamente por entre la muchedumbre que a un lado y a otro se apiñaba, procurando cada cual ponerse delante para ver y acaso para ser visto del Rey, de la Reina o de los señores y damas de la corte y alcanzar de alguno de ellos un saludo o una amable sonrisa.

Pero esta marcha en tales circunstancias era más difícil de lo que cualquiera puede imaginarse. La gente se apiñaba a ver los fuegos y permanecía inmóvil, formando una espesa muralla. Nuestro jorobado la atravesó con arte diabólico, retorciéndose como una lagartija para pasar por los agujeros más estrechos. Después de un buen rato logró colocarse detrás de la simpática jamona.

El padrino hacía parar delante de todas las tiendas de montañeses conocidas; llamaba al chicuco; aparecía éste con una batea de cañas; se bebían alegremente entre el corro de la gente que se apiñaba instantáneamente para verlos, y ¡arrea, niño! vuelta á escapar desempedrando las calles. En la de la Carne el aplauso y la algazara fueron indescriptibles.

El día de mi casamiento amaneció radiante; nunca me pareció más azul la bóveda del cielo. Después me han dicho que estaba nublado, pero no lo creo. Una muchedumbre simpática y amiga se apiñaba en la iglesia. Y murmuraba: ¡Qué linda novia! ¡Qué tranquila está! ¡Qué cara de felicidad! La verdad es que yo estaba extraordinariamente tranquila.

Todo el racimo de amigas se apiñaba en torno de la nueva esposa, manifestando la pueril y ávida curiosidad que despierta en las multitudes el espectáculo de las situaciones supremas de la existencia. Se estaban comiendo a miradas a la que mil veces vieran, a la que ya de memoria sabían: a la novia, que con el traje de camino se les figuraba otra mujer, diversísima de la conocida hasta entonces.

La noche iba cayendo; los carruajes ya dejaban el Prado, y la muchedumbre que se apiñaba en el salón se había enrarecido bastante.

Entonces yo abandoné al cobarde y me adelanté hacia la galería. Abajo, el muro fronterizo, proyectaba una sombra fatídica. Allí se apiñaba una turba negra.